
FANAESA: última etapa de una industria ‘a la uruguaya’
11/05/2023Luego de dos décadas se remató el edificio de 6.288 metros cuadrados de la ex Fábrica Nacional de Acumuladores Eléctricos (FANAESA) en Rosario. Una vez cubiertos los créditos laborales casi 60 familias se repartirán lo que reste de los 173 mil dólares obtenidos. Once de los trabajadores que esperaban, fallecieron durante el agónico y denigrante proceso.
Pedro González
Raúl Pasquetta, que a los 75 años aun tiene que recorrer la ciudad en su moto realizando tareas de cobranza para complementar la jubilación, es uno de los ex trabajadores de FANAESA que desde 2002 espera la liquidación. LVA habló con él y con Fredy García, que trabajó durante 18 años en la empresa y fue despedido por su actividad sindical siete años antes del cierre definitivo.
225 fueron los trabajadores empleados por FANAESA,190 estaban afiliados al sindicato. El resto cumplían tareas de supervisores, jefes o técnicos.
Freddy García terminó de trabajar en 1995, cuando lo despidieron junto a otros dos dirigentes en el marco de una “represión”. Él ingresó a la empresa en 1979. Por 1982, cuando la dictadura aflojó un poco, junto a su compañero Gustavo Avondet asumieron algunas acciones sindicales. En esa época se creó el PIT por parte de jóvenes trabajadores que, recordó, se enfrentaron a la vieja CNT con la reapertura democrática y no llegaron a un acuerdo con los dirigentes exiliados que regresaban como el caso de Luis Romero de la FUNSA, con quien él tuvo trato.
García recordó que con el aporte de los trabajadores se construyó el local sindical en Rosario, y que decidieron que sería para todos los sindicatos de la zona. El local sigue cumpliendo esta función, hoy en comodato con el sindicato del matadero de Rosario. Dijo que es motivo de orgullo personal y que lleva el nombre de su amigo fallecido a los 53 años por cáncer: “Casa sindical Gustavo Avondet”.
Retiro del proteccionismo: el declive
García reseñó que hasta 1963 la producción de baterías funcionó en Camino Corrales, en el barrio Villa Española de Montevideo. Luego por problemas de salubridad, con la intervención del sindicato dejó de producir y en 1967 reabrió en Rosario. “Cuando estuvieron prontos los galpones que se estaban construyendo al lado del Arroyo Colla se trasladó esa vieja maquinaria, que ya era vieja por entonces”. Indicó que el 82% de las acciones de FANAESA eran de FUNSA, que se dedicaba a la fabricación de neumáticos, guantes, zapatos de goma y baterías. Aclaró que FANAESA nunca comercializó su producto, en perjuicio propio según explicó.
Dijo que la década de 1980 fue buena porque se vendía en el marco de dos convenios, Protocolo de Expansión Comercial (PEC) con Brasil y CAUCE con Argentina. Estos acuerdos obligaban a las empresas comercializadoras de automóviles en Uruguay a incluir en el montaje algunas piezas de producción local. Esto hizo que FANAESA tuviera ventas garantizadas durante la vigencia de estos acuerdos pero, el retiro del proteccionismo estatal primero y luego la aparición del MERCOSUR, propiciaron un período de declive.
En paralelo se quitaron restricciones arancelarias, lo que facilitó la importación de productos extranjeros que coparon el mercado. Dijo que “los gobiernos de Lacalle y luego de Sanguinetti fueron terroríficos en este sentido, con un costo social enorme”.
El liberalismo de la época explicaba estos cambios mediante la argumentación de hacer llegar los productos al menor precio posible al consumidor y, agregó: “por muy barato que llegaran no se podían comprar porque se quedaron sin trabajo”.
Según detalló el entrevistado, ni Mercedes Benz, ni Fiat utilizaban las baterías adquiridas de FANAESA. Indicó que las compraban solo por la regulación que exigía utilizar autopartes locales. Una vez extinguidas estas obligaciones era inminente que se abandonara el vínculo comercial. “Una delegación de la empresa que viajó a la Fiat en Córdoba, Argentina, a mediados de los ’80, constató que las baterías de FANAESA estaban apiladas al sol ‘podridas’ desde hacía años”.
Con su compañero Avondet, participaron en una reunión donde se les anticipó lo que vendría: “Helios Sarthou, un destacado abogado laboralista que luego fue diputado por el Frente Amplio, dijo exactamente lo que iba a pasar: el deterioro en puestos de trabajo, en los salarios; a los efectos de ser competitivos todo se iba a emparejar hacia abajo. Se perdieron todas las garantías laborales, y los de 1990 fueron los peores diez años que he vivido a nivel laboral”.

Pasquetta señaló que pasaban de seis meses de seguro de paro a 12 meses “como si tal cosa”. También dejaron de realizar controles médicos, y se descuidaron las instalaciones. Recordó que los caños de ventilación que eran de chapa se comenzaron a picar y se filtraban restos de plomo por los agujeros.
La crisis afectó principalmente a los trabajadores que vieron caer la industria y desaparecer sus puestos laborales; los empresarios se reconvirtieron en importadores, incluso ganando más, aventuró García.
Señuelos e ilusiones
Al final de los ’90 FUNSA fue adquirida por una empresa norteamericana, “Titán”, que se quedó también con FANAESA, indicó García. La producción fue decayendo.
Según se detalla en la tesis de maestría de Sebastián Sabini –Del mercado cerrado a la apertura, Historia de la Fábrica Uruguaya de Neumáticos S.A. (1935-2002)-, “Funsa-Titán se abocaría a una reestructura que implicaba el cese de trabajadores y el aumento de la estructura jerárquica, lo que llevó a un nuevo enfrentamiento entre empresa y sindicato”.
García detalló que luego de períodos de seguro de paro interminables, los empleados crearon cooperativas que no dieron resultado por la dificultad competitiva. Se establecieron lazos con Venezuela durante el gobierno del desaparecido presidente Hugo Chávez, pero se dependía enteramente de los acuerdos contraídos. Como última chance en FANAESA también se habló de cooperativas, señaló, pero las trabas burocráticas eran enormes, y nadie quería pasar por eso.
Finalmente en 2002 se decretó el cierre definitivo. Pasquetta recordó: “Incluso hicimos ocupaciones, había un stock de plomo de miles de kilos, con lo que se cubría lo nuestro. Nos sacaron de pesado y cargaron el plomo y se lo llevaron. Eso con el apoyo de la justicia”. Señaló que dos años después se presentó en Montevideo junto a cientos de acreedores para negociar los pagos. La empresa puso algo de dinero y varios inmuebles. Los trabajadores de FANAESA acordaron con el resto de acreedores que renunciaban al dinero y se quedaban con el edificio. Explicó que soñaban con hacer un parque industrial como el de sus vecinos de Juan Lacaze.
Qué plomo el cáncer
Sobre las condiciones de salubridad, ambos ex trabajadores coincidieron que ante la apertura de la fábrica, en la ciudad se priorizó el trabajo, haciendo caso omiso al riesgo para la salud. Aunque según Pasquetta, por tratarse de trabajo insalubre, durante los primeros años se luchó por jornadas de seis horas pero nunca se logró. Consultado sobre las consecuencias, García explicó que los casos de plombemia eran permanentes. Recordó que retomada la actividad sindical por 1987, lograron que un equipo médico especializado en enfermedades profesionales les “abriera los ojos acerca de los perjuicios del plomo”.
Pasqueta ilustró: “Cuando yo entré en 1980 había bastantes cuidados, venían médicos mes a mes, hacían estudios de orina y sangre, y siempre aparecía alguno ‘con plomo en el cuerpo’ como decíamos. Les daban algún día libre o lo ponían en una sección más liviana”. García observó que al menos unos 25 compañeros de esa época murieron por afecciones cardíacas y cáncer, aunque reconoció que el dato no significa mucho si se considera que son de las principales causas de muerte en Uruguay. Sin embargo, agregó que estas personas tenían entre 40 y 55 años al momento del deceso, lo que modifica la ecuación sustancialmente.
Él mismo dijo haber sufrido cáncer de vejiga y está seguro de que se asocia al contacto con el plomo durante los 18 años en los que trabajó en la fábrica. Comentó al pasar que en la zona, incluyendo a la ciudad vecina de Juan Lacaze, los índices de cáncer son de los más altos del país.
Por su parte Pasqueta se mostró afortunado de haber estado sus 20 años en la empresa en una sección resguardada de la contaminación realizando tareas administrativas. Agregó que muchos empleados no tomaban precauciones, no usaban mascarilla, o se escondían para fumar con las manos sucias. “Era una fábrica con alto grado de contaminación”, insistió.

Lo barato sale caro
El plomo era importado desde Perú y México. Además se hacía el reciclado de una parte de la batería. Se compraban usadas, se rompían, se les retiraba el plomo y se volvían a fundir en hornos de cocción. A ese plomo, se le agregaba un veneno, “arsénico”. Como uno se acostumbra a trabajar en cosas insalubres, comíamos con óxido de plomo en las manos, recordó, interpelándose. Había guantes, alguna máscara y no mucho más. El plomo andaba en el aire, lo veías a trasluz con el sol que entraba por la ventana.
Él hacía los separadores, de placa negativa y positiva. Se hacían con PVC, plástico en polvo, pasaron años sin que lo supiera pero alguien que entendía inglés una vez le dijo: “Topo [apodo de García], acá dice que es un producto cancerígeno”. Hacía años que venía trabajando con ese producto y nadie me lo había dicho, lamentó.
Los desechos, si bien pasaban por alguna pileta de decantación, iban a parar al Arroyo Colla, 100 metros más abajo, detalló. “Es de suponer que después de 20 años no quede nada, pero no sé”. Es mucho más probable que la tierra entre la fábrica y el arroyo esté contaminada, dijo. Sin embargo en el predio donde se partían las baterías, donde estaban los hornos, a 1km y medio, ahí escarbás diez centímetros y lo ves”. Ese predio fue comprado hace unos años por privados, indicó García.
Explicó que la batería en desuso acumula el óxido de plomo en el fondo, y que cuando se rompía el que no se recuperaba quedaba allí tirado. Se esparcía por una superficie de una hectárea más o menos, y con el viento se hacía una nube marrón que volaba entre los 20 trabajadores que rotaban en esa tarea. Como no requería ningún tipo de especialidad, salvo los que manejaban el horno, se iba rotando a los trabajadores de la fábrica. Estos desperdicios que quedaron en los predios de la fábrica impidieron que se habilitara la venta durante años.
El periplo de la venta
Para Pasquetta, “la Dirección de Medio Ambiente (DINAMA) estaba un poco en contra”. Manifestó a su vez que “por suerte” en el juzgado número 1 de Montevideo se dio el visto bueno para que se realizara el remate. Al menos, según observó para cerrar el asunto. Dijo que el mismo juzgado que resolvió realizar el remate, designó al rematador.
La venta se dio en el marco de una “ley nueva” que exonera al comprador de las deudas por contribución inmobiliaria, que en el caso del edificio de la ex FANAESA se arrastraban desde 2010. Quien les asesoraba y guarda documentación de estos procesos, es un funcionario de la Liga de Defensa Comercial, Gabriel Hernández.
Pasquetta dijo que se estableció un precio totalmente accesible y que recibieron ofertas de grupos mexicanos, brasileros, argentinos y uruguayos. Según un estudio que se encargó para el remate, los metros cuadrados del predio son 6.288 y no 7 mil como pensaban. Recordó que la edificación cuenta con calles internas reforzadas, por las que pueden circular camiones de 50 toneladas. Y los galpones de buena construcción tienen siete metros de altura.
Explicó que en diciembre se hizo un remate que no tuvo compradores, con base en 150 mil dólares. Dijo que la gente que se presentó en esa oportunidad, “fue a picotear”. El último y definitivo remate salió con la misma base: “teníamos la confianza de que se iba a rematar porque vinieron cuatro o cinco grupos a verlo”, indicó. Por suerte dos grupos que estaban muy interesados se presentaron. Hasta ahora pagaron el 30% de la seña. Dijo que desconoce el porcentaje del rematador y si hay que pagarle por el remate de diciembre. Además hay que pagarle a un síndico que participó, agregó. El abogado, que es de la zona y está desde el principio, según cree lleva un 15%. Además señaló que hay alguna cuentita más. Los trabajadores resolvieron que a pesar de que en su momento tenían diferentes liquidaciones, se repartiría en partes iguales.
Cuidar el patrimonio
La edificación se descuidó, reconoció Pasquetta y se robaron todo. Denunció que la policía tampoco apoyó en nada, los vecinos nos avisaban que estaban robando y no iban, dijo. Y agregó que la misma policía mandaba gente ambulante a pernoctar. “Una vez le pedimos a una familia que estaba allí, sin luz, ni agua, ni nada, que se retirara”, recordó con dolor.
De los 250 mil dólares que se debía a los empleados, se recuperaron 170 mil de los que aun deben deducir gastos de abogados y dos remates, sin contar la depreciación proveniente de los 20 años transcurridos. Aunque la salud de los trabajadores pasó a un segundo o tercer plano durante décadas, y a pesar de que “a muchos se les fue la vida en esto”, Pasquetta aseguró que de regresar el tiempo atrás, volvería a trabajar allí, porque “trabajar hay que trabajar”.