
Con Carlos Duarte Carbajal. “Hice todo lo que la vida me pidió que hiciera”
18/04/2023Carlitos (69) me conoce más a mi que yo a él, porque me vio nacer. Muy amigo de mi viejo desde que eran gurises jóvenes, empezaron juntos a enamorarse de la pintura y ella fue su modo de rebelarse contra ese mundo de los adultos que les decían que tenían que conseguirse un oficio “como la gente” para vivir, porque con el arte se iban a morir de hambre. En todo caso, prefirieron tocar las espinas de hacer lo que les apasionaba.
Gustavo Fripp
Armar éste reportaje me dio un trabajo enorme porque cuando fui a hablar con Carlitos el pintor, también apareció Carlitos el músico. Y con ellos también vinieron Carlitos el payaso, Carlitos el mago, Carlitos el humorista y Carlitos el ventrílocuo. Así que no fue fácil desmarañar más de 50 años de carrera de éste viejo hombre orquesta al cual los achaques hoy no le permiten sostener mucho tiempo la paleta, pero que a pesar de que tuvo que cambiar el óleo por el acrílico a causa del Epoc con el que convive, se niega a soltar el pincel y que por haber sobrevivido a tres cánceres y una pancreatitis, además de la pérdida de su joven hija Lorena, está convencido de que “alguna razón ha de haber, pero por algo todavía me precisan acá”.
Carlitos el pintor
El jueves de Turismo, mientras estoy escribiendo esta nota Carlitos está en el Campus, pintando la parte del mural que le concedieron luego de los arreglos de toda la parte que se había torcido. Se estaba pintando todo de nuevo. También estaban allí, entre otros, la Potok, Daniel Barbeito y Perico Carbajal.
“Esto de la pintura, o del arte en sí” lo trae, dice, desde que era aquel gurí que a fines de los años 50 “no tenía mucho diálogo con la gente porque era bastante introvertido” y encontró así su manera de expresarse. “Jugaba como todo gurí, pero la mayor parte del tiempo mi pasión era hacer figuritas, pequeñas esculturas con las tizas, cuando podía manotear alguna del pizarrón, con un alambrecito duro que me había hecho. Y lo mismo con todo lo que encontraba: maderitas, baldosas…” rememora. “Y con ladrillos también; tallaba pedazos de ladrillos”. Dice que siempre tuvo “esa inspiración por el arte: siempre supe que el arte era mi forma de expresión”. “Y aun no me había dado cuenta, pero era el arte en toda su magnitud”.
A la postre muy amigo del pintor coloniense Gustavo Fripp Cal, con quien recuerda haber tenido varias charlas porque “con tu viejo no teníamos un referente concreto…en Colonia no había nadie con quien ir a aprender, donde ir a estudiar, fijarte como pintaba Fulano o Mengano, alguien que te explique. Pero en 1962 llegó a Colonia la señora Azucena Mc’ Cann, “que era la esposa de un jefe de la Sudamtex, y se instalaron acá”. Cuenta que esa profesora era dibujante de la mítica revista argentina Rico Tipo, fundada en 1944 por Guillermo Divito, y en la cual dio sus primeros pasos Quino. “Era una excelente dibujante y mis padres hicieron un esfuerzo sobrehumano y me mandaron a estudiar con ella”.
1970 fue para Carlitos “detonante en muchas cosas”. “Expuse mi primer cuadro en el Liceo Departamental, una muestra colectiva donde puse mi primer óleo sobre lienzo, que era un retrato de Jimmy Héndrix” que luego también expuso en otra muestra colectiva en Juan Lacaze: Manos Lacazinas. “Era una época muy fermental” dice, “ahí empiezan las muestras y pasaba meta producir. Pasaba el día pintando con entusiasmo, un esfuerzo y una energía imponente”.
Con Fripp Cal “expusimos en varios lugares” en lo que fue “una vorágine, una cosa tan rápida que no nos daba el tiempo para la producción, pero no porque no pudiéramos pintar o no tuviéramos ganas: no teníamos dinero para los materiales, y como no había una guía era todo a prueba y error, probábamos algo, como hacer una veladura, experimentábamos mucho con materiales, con óleo, con acuarela, pastel. Hasta hoy se sigue haciendo, pero con otra intención, de enriquecer una obra o de hacer una técnica mixta…antes era una búsqueda porque el óleo era muy caro para nosotros. Llegamos a fabricar nuestros propios óleos con unos pigmentos que conseguimos en Montevideo. Fuimos conociendo de otra manera, fijate que no existía el Wikipedia, el Google faltó con aviso…y cada cosa que íbamos haciendo nos iba animando a hacer siempre alguna cosita más”.
En 1975, o quizá 1976, donde posteriormente estuvo La Casona del Sur, o para los más jóvenes, el restorán Casagrande, ahí frente a la Plaza Mayor, funcionó la galería Aramayo. Hasta ahí venía desde San José a dar clases el pintor Hugo Nantes. Al principio “había como 25 personas, pero al mes quedábamos Gustavo y yo…”, por lo que Nantes dijo “por dos personas no vengo más”. “Tu abuelo le prestaba el camión a tu padre, había hecho ese arreglo, así que pintábamos como locos toda la semana, distintas cosas, cargábamos los cuadros en el camión y nos íbamos a San José los fines de semana, al taller de Nantes, a que nos corrigiera, nos enseñara y nos explicara”. Fue ahí que “aprendimos muchísimas cosas del oficio, de historia del arte…fue una de las guías más grandes que tuvimos…el punto más alto de aprendizaje”.
“Después nos largamos a pintar solos y armamos un taller en lo que fue la antigua Escuela 90, donde se sumaron Jorge Álvarez y Eduardo Ramallo”. La primera exposición grande que hicieron entre los cuatro fue en el Centro Unión Cosmopolita, donde presentaron “20 cuadros cada uno, mas o menos”. Por 1977 o 1978 Fripp Cal, Carlitos y Jorge Álvarez obtuvieron el primero, segundo y tercer premio respectivamente de un concurso de Arte Joven organizado por la Intendencia de Colonia.

Lorena, la hija de Carlitos tenía solo 18 años cuando murió, en 1993. “Mi vida era un desquicio…tenía un apartamento en el cual no podía vivir más: me sentaba a comer y la veía en la otra punta de la mesa, iba entrando a la casa y la veía bajar por la escalera, y tanto es así que se lo regalé a un amigo que tenía cinco hijos”.
Fue cuando conoció a Alicia, “una muchacha que pertenecía a la colectividad judía” con quien cruzó el charco en 1994. Allí estuvo “dando clases por todos lados” hasta que se estableció “en un departamento chiquito, que era todo lo que tenía”. Un día un alumno le dijo que había decidido tomar clases, pero que pensaba “entrar a un taller y ver tarros de pintura por todos lados, caballetes y todo lo demás”, y lo invitó: “si te parece date una vuelta por mi negocio que yo puedo tener un espacio”.
Cuando fue se encontró con una tienda “con dos hermosas vidrieras pero vacías”. “Me dijo “seguime”, y en el primer piso estaban todas las máquinas de confección, los empleados trabajando, era enorme…subimos a un entrepiso que era el depósito de telas, seguí con él al tercer piso, igual de grande pero completamente vacío”. Se lo ofreció para taller, pero no para dar clases. “A cambio yo tenía que hacer un cuadro por día: trabajaba de lunes a viernes, me pagaba 500 dólares por mes y el 30% de lo que vendiera”. Fue durante la presidencia de Carlos Menem, cuando un peso argentino valía lo mismo que un dólar. “Imaginate: a las dos semanas estaban las dos vidrieras del frente llenas de cuadros”.
Al tiempo le ofreció ponerse una kipá y lo llevó para una sinagoga. Le dio una cámara de fotos y le dijo: “sacale foto a todo lo que te interese para hacer cuadros; todo lo que saques acá y todo lo que pintes ya está vendido”. “Ahí hice una buena diferencia” cuenta. Hasta que un día le cayó con una foto de su madre para que le hiciera un retrato. “Es el único recuerdo que tengo de mi mamá” le dijo. “Me llevó casi una semana hacer ese retrato; quedó espectacular y él, loco de la vida”.
Enseguida vino con otra foto de una empleada para hacer otro retrato. Lo empezó a hacer, pero un retrato lleva mucho más tiempo de trabajo que otro tipo de cuadros. Y luego otra foto…pero no se los quería pagar aparte. “Ahí empezamos que sí que no, que sí que no” y al final Carlitos no trabajó más con él y en el 2000 se volvió para Colonia, cuando otra tragedia lo impulsó a cruzar nuevamente el charco: la muerte de Alicia.
Al volver le propusieron dar clases, tarea que desarrolló durante las siguientes dos décadas “en Conchillas, Tarariras, Rosario, San José, Montevideo, y en el San Juan Bautista acá, en Colonia”. Perdió la cuenta de las exposiciones que hizo, “pero fueron por lo menos 200, fácil”.
Carlitos el músico
Gurí inquieto, desde chico le picaba también otro bichito “y siempre pedía para Reyes, Navidad y toda festividad donde podías recibir un regalo, una guitarra”, recuerda. Su padre tenía un taller de zapatería en la calle Baltasar Brum, “pegado a lo que es hoy el Hospital Evangélico” y su madre trabajaba en la Sudamtex, de modo que no era un regalo fácil para una familia de laburantes. Pero una Navidad recibió ese preciado regalo y los primeros acordes los empezó a tocar con Quico Carro, “un excelente profesor, un guitarrista de primera línea”. Dice que “en aquel tiempo había músicos de muchísima calidad”, que “era otra la música y la forma de tocar, pero era gente que realmente sabía de música”.
Aprendió “unos tonos básicos y con unos compañeros empezamos a armar un grupo: era cualquier cosa, eran más las ganas de juntarse”. En el verano de 1969 tocaron en Punta del Este y posteriormente se sumó a la Sonora Ritmo Latino, de Antonio Echegaray, donde tocaba las congas. También formó parte de The Devil Boy’s y de los Beatnik’s “donde hacíamos todos covers de canciones inglesas, de The Mamas and The Papas, de los Carpenters, todos covers de la época”.
“Las fechas se me entreveran un poco ¿viste?”, confiesa, pero calcula que fue por 1970 o 1972 que el grupo Hojas decidió ir a probar suerte a Montevideo. “En Radio Real se hizo un concurso para ponerle nombre, porque en sus principios se llamaban The Fire Bird, pero como iban para Montevideo con temas propios querían algo en castellano. De ahí en más se empezó a llamar Hojas”.
Fue entonces que les pintó unos baúles para transportar las cosas. Y de paso, cuenta, “yo también tenía ganas de ir a probar suerte con la pintura”, de modo que “me fui con ellos a la misma pensión” de la calle Juan Paullier. “Yo con la pintura, pero iba a todos los lugares donde tocaban como utilero o como lo que fuera”. Ya se había gastado los últimos ahorros, cuando lo llamaron de Colonia para hacer una suplencia de un mes en Sudamtex y se terminó volviendo al pago. “Después del mes me volví a quedar sin trabajo y no me podía volver a Montevideo…así que empecé a trabajar en distintas cosas”, entre ellas “cortaba el pelo en la cárcel” y también “de sereno en el Hotel Esperanza”. Fue cuando “el gallego, el dueño, me dijo si no me animaba a pintar unos murales”.
Estaba en eso cuando “un señor que estaba de paso por Colonia e iba a abrir un restorán en Montevideo, me vio pintando y me preguntó si me interesaba ir a pintar un mural allá”. Salía los sábados en la ONDA de las dos de la tarde, “pintaba toda la tarde, la noche, y toda la tarde del domingo, y me volvía en el último”. La noche que se inauguró el restorán La Nueva Carreta, en Rivera y Soca, había una banda tocando y a Carlitos se le ocurrió preguntar si era el grupo estable. “No”, le dice, “ésto es lo primero que encontré”. Entonces le ofreció al “mejor grupo de Montevideo: Hojas”, a condición de firmar un contrato por dos años.
En aquel momento Hojas estaba disuelto. Su bajista Jorge Ricca se había ido a Estados Unidos y el resto no tenía instrumentos. Los compraron a crédito, así que con Carlitos en el bajo, pasaron a tocar los viernes y sábados: con lo que cobraban un día se repartían unos pesos, y con la plata del otro, fueron pagando los instrumentos.
Ya finalizando la segunda década de este siglo realizó una gira con La Gran Kapalán “por Tacuarembó y eso”. “Ahí acompañaba un poco con el charango y pintando en vivo” con tres caballetes a la vez, cuadros que iba vendiendo en el momento. Namasté fue el último emprendimiento musical en el que participó, junto al Cabeza Vega en la guitarra y Petita Oliari en percusión. “Ahí tocaba la guitarra, el bajo, el charango, el siku y todo eso”, aunque también es habilidoso, cuenta, con la flauta, el ronroco, la mandolina y la armónica.

Carlitos el payaso, el mago, el ventrílocuo
Cuando era adolescente le decían que tenía que hacer algo para vivir, que “con ésto te vas a morir de hambre”. “Pero yo quiero vivir de ésto”, decía, de modo que siendo aún menor, bajo la tutela de un amigo de su padre, se fue a Buenos Aires con la idea de trabajar. Tuvo que reconocer que “no siempre se puede vivir del arte”: allá trabajó en una tienda de artículos deportivos en la cual también se hacía sastrería, pero también “vendí café en la calle, trabajé en una playa de estacionamiento, de cocinero haciendo milanesas, hasta de taxidermista!…pero siempre con la cabeza en la pintura”.
Un día, mirando los avisos clasificados, se encontró con uno que le llamó la atención. Tenía dibujada la cara de un payaso y debajo decía: “Se necesita payaso para el Día del Niño”. Pasó por un casting y quedó. “Recuerdo que ese día fue la primera vez que me puse un traje de payaso y hasta hace poco no me lo saqué”. Aquella changa fue con alguno de los viejos Titanes en el Ring, entre personajes emblemáticos como Don Quijote, Sancho Panza y el Caballero Rojo. Se siguió vinculando en el ambiente y aprendiendo. Entre otras cosas hizo “un taller intensivo con el Payaso Chacovachi, uno de los precursores de los espectáculos callejeros, en Plaza Francia”.
En los primeros años 1970, cuando tocó en Montevideo junto a Hojas, conoció al mago Michel. “La magia fue una cosa que me encantó toda la vida, desde chico, y dije: yo quiero hacer eso”. “Le dejaba a Michel las bolas por el piso haciéndole preguntas, lo acalambré, y un día le descubrí un truco por estar mal hecho”. Lo practicó en su casa, y a la semana se lo presentó al mago que le preguntó asombrado “¿cómo hiciste eso?”, y lo invitó al Club Uruguayo de Magia.
“Allí se juntaban malabaristas y magos, mentalistas y magos, payasos y magos” y conoció a Juan Carlos Acosta, que además de ser el Payaso Carozo, era mago y lo invitó a actuar en carnaval junto al Mago Tomi. Dice que llegaron a actuar en el Teatro de Verano reemplazando a Los Gaby’s, “que no sé que problema habían tenido que no pudieron llegar y nos llamaron de apuro: anunciaron Los Gaby’s pero cuando se corrió el telón y aparecimos nosotros, la gente chiflaba como loca”.
Finalmente armaron un grupo con Carlos Coqui, que era el Payaso Corchito y con el Mago Tomi, quien a su vez era también el Payaso Tallarín. Carlitos era el Mago Charly y el Payaso Tachuela. Mas adelante formó el grupo Abracarisas, “que era un show mágico- musical con juegos para niños” con el que hicieron una gira por el interior.
De regreso a Colonia puso una peluquería en la Galería de Peñarol, y luego formó el grupo de humoristas Los Charlis, con quien llegó a hacer una gira por Argentina y la costa oceánica uruguaya. Simultáneamente hacían un espectáculo para niños con el grupo Juguemos a reír, “yo de mago, y los payasos Carqueja, Bachicha y Mojarrita”. Hasta 1993, cuando falleció Lorena.
Para entonces ya había incluido “en los shows de payaso algo de ventrílocuo”, arte en el que había incursionado de la mano de Juan Ichazo, “uno de los ventrílocuos más viejos del Uruguay”, creador de Paco y Pico, a quien conoció “trabajando en el Prado” por 1982 y quien le enseñara la técnica. Entonces armó un dúo donde él era Charly Tachú y su compinche el muñeco Genaro.
En 1999, a pocos días de la muerte de Chasman, el popular ventrílocuo argentino que le daba vida a su muñeco Chirolita, Carlitos conoció a Miguel Angel Lembo, presidente del Círculo de Ventrílocuos argentinos quien lo invitó a asociarse. En 2016, unos cuantos años después, lo invitaron a la conmemoración de los 100 años de La Cumparsita, en San Telmo. “Hice una actuación…un poco de magia y un poco de ventriloquía y quedaron chochos”. Cuenta que ese año fue galardonado “como mejor ventrílocuo internacional”.
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Si no hubiera dejado material afuera, esta nota corría el riesgo de terminar siendo un libro. Hizo muchas cosas más y quedaron en el tintero decenas de audios donde se entreveran las fechas y los recuerdos de éste viejo que hizo “todo lo que la vida me pidió que hiciera” y que, cómo será la cosa, para esta oportunidad realizó, según sus palabras, “solo un racconto”.