
Carlos Delmonte, pastor andariego, servidor de un Señor
10/02/2023Hace unos cuatros años el pastor emérito de la Iglesia Evangélica Valdense, Carlos Delmonte, se mudó del balneario Zanja Honda al Hogar para Ancianos de Valdense, y descubrió una forma de lidiar con la enfermedad que afecta el habla de su esposa y las vicisitudes de la larga pandemia: escribió dos libros de memorias (FOTO) sobre su Cosmopolita natal y su vida religiosa. Delmonte tiene 86 años y junto a Elisabeth Lindenberg son padres de cuatro hijos y abuelos de nueve nietos.
Luis Udaquiola
«En los años 1948 a 1954 la vida en Cosmopolita era muy tranquila”, describe Delmonte en el primer volumen de Historias Chuecas publicado en 2020. «Las únicas tensiones que había eran primitivas y pasajeras. Como ser, cuando don Elías Ganio encontró el perro de Hernández en su sótano disfrutando de sus provisiones y agarró la escopeta y le descargó un cartucho. O cuando Edmundo, que hacía el correo de Cosmopolita a Rosario ida y vuelta, le tiró al suelo un pedazo de la verja de casa a papá, en una marcha atrás descuidada y papá lo esperó a la vuelta con munición de grueso calibre, no en su escopeta, sino en su discurso».
Lo de historias ‘chuecas’ no es arbitrario: cuando Delmonte era niño le apodaron Chueco porque nació con un pie torcido. “El doctor Bounous que atendía a la familia decía que para enderezarlo había que operar, y mi madre y una hermana del médico, que es la tía Emma, se opusieron y dijeron: ‘no, eso se va a curar con barro y sol’”, contó hace algunas semanas en el jardín del Hogar para Ancianos.
Su padre era peluquero y “tenía contactos, porque él formó parte de la masonería en Juan Lacaze, y pudo consultar al doctor Atilio Narancio que en aquella época era una especie de eminencia en lo que se refiere a la niñez. Me llevaron, me revisó, y le dijo a mi padre: ‘su esposa tiene razón: Esto se cura con barro y sol. Déjelo caminar, trate de que apoye el pie entero, y se va a enderezar solo’. Quedó deforme, pero con el tiempo se pudo agarrar el ritmo. Por eso me decían el Chueco, y había un vecino que en una expresión más risueña me llamaba barquinazo, porque apoyaba la pierna y como que fallaba el elástico” (risas).
Lo de la masonería en Juan Lacaze da para una nota aparte. Delmonte recuerda que cuando era niño su padre atendía la única peluquería de Cosmopolita, y además “tenía una huerta enorme, porque trabajaba mucho la tierra, y le encantaba tener sobre todo frutas porque le gustaba regalarlas. Cuando venía alguien siempre se llevaba naranjas o limones”. Por el secretismo propio de la masonería “yo nunca supe, claro, le preguntábamos a mamá adónde iba papá y se las ingeniaba para nunca decirnos nada en concreto. En Cosmopolita había otros integrantes de la masonería, porque papá iba a Juan Lacaze junto con don Timoteo Gonnet”.
Con el paso de los años “me empecé a dar cuenta de que algo raro pasaba, por ejemplo: íbamos a la tienda Urdampilleta en Rosario y a papá siempre le hacían descuento. Además había personas a las que sistemáticamente mandaba frutas: apenas maduraban los duraznos les mandaba un cajón. Y Cumellas el panadero, también era masón”.

De esa época, Delmonte también recuerda que fue al liceo de Juan Lacaze, “y fui nombrado maestro ayudante en la escuela de Cosmopolita por el maestro Alfredo Gabino, que empezó su carrera allí bajo la dirección de mi madre, que además le dio pensión con lo cual vivía en casa. Fue un tiempo precioso para mí, porque aprendí muchísimo y a amar el Liceo a través de lo que me transmitía”.
Cuando le contó a sus hermanos mayores que quería ser pastor, «Rubén trató de ocultar su sorpresa y Darío me dijo: “¡Pastor vos! Para eso tendrías que haber sido hijo de tío Enrique”. Pero al fin terminaron aceptándolo y asombrándose de que yo me animara a ir solo a estudiar en Buenos Aires. Parecía que uno se iba a otro mundo. Pero bueno si el nene lo quería …», escribió en Historias Chuecas.
En 1954 Delmonte comenzó sus estudios en la Facultad de Teología en Buenos Aires. En 1960 cursó un semestre en la Facoltá Valdese di Teología de Roma, y en 1961 otro semestre en el Instituto Ecuménico de Bossey en Ginebra, donde conoció a la suiza Elisabeth Lindenberg con quien se casó en 1963 en Cosmopolita.
“Ese mismo año me nombraron para sustituir al pastor Elio Maggi en Colonia del Sacramento, porque tenía un año de descanso y pensaba viajar a Europa. Mi señora había viajado de Alemania para casarse conmigo, y por lo tanto aquel fue el año de aclimatarse, de notar las virtudes y diferencias que había entre Suiza y Uruguay”.
“Venían de civil a los sepelios para ver qué decía”
La Iglesia Valdense transmitía un culto todos los viernes por CW1 Radio Colonia y como frecuentemente lo convocaban para reemplazos, tuvo ocasión de conocer al periodista Werther Blanco que conducía en las mañanas un programa de noticias dirigido a Colonia y la región. “Nació una amistad, y cuando mataron a John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre, me acuerdo que me llamó para pedir mi opinión frente al micrófono: ‘Para mí es el fin de las instituciones, le dije, de una época’”.
También conoció otras personas una vez que fue a almorzar al Centro Unión Cosmopolita y empezaron a invitarles a actos y eventos. “Por ejemplo, tuvimos el privilegio de ir al debut de Daniel Viglietti”. Luego se radicaron dos años en Montevideo, donde nacieron sus hijas Margarita y Erika. “Yo trabajaba como secretario para la juventud de la Federación de Iglesias Evangélicas del Uruguay y tenía a mi cargo los grupos juveniles de ocho iglesias”.
Y después “me designaron como pastor en Colonia Iris (La Pampa, Argentina) donde nos quedamos siete años y nacieron Carolina y Martín, nuestros dos hijos menores. Luego volvimos a Uruguay y pasamos 12 años acá en Valdense, toda la dictadura, en el período más difícil porque yo llegué en diciembre de 1973, y en noviembre de 1974 me detuvieron y fui a parar a la comisaría del Real de San Carlos por 15 días”.
Estuvo detenido “por ser el director del periódico de la Iglesia Mensajero Valdense, y haber publicado una resolución del sínodo de Italia de destinar una ofrenda a la compra de ropa de abrigo para las personas que estaban presas en Libertad. Allanaron la casa, se llevaron todo lo que les pareció que era subversivo, tanto libros como mi correspondencia y una cantidad de cosas”.
Fueron solo 15 días “porque hubo mucha reacción en el extranjero, mandando telegramas preguntando por mi salud”. Mientras estaba preso reflexionaba: “qué va a pensar la gente cuando vuelva, cómo me va a recibir. Y vinieron tres personas, ya mayores, miembros de la Iglesia de toda la vida, llorando, a decir, ‘¡mira lo que te hicieron!’. Solamente una familia se fue de la Iglesia porque yo era ‘comunista’. Eso pasó en todas partes y para mí fue como un llamado de atención, porque después fueron 12 años de una constante vigilancia de la Policía: a cualquier lado donde iba y a cualquier cosa que se me ocurría hacer, fuera de la órbita de la Iglesia”.
Incluso, “detecté que algunos policías que yo conocía, porque acá nos conocemos todos, venían de civil a los sepelios para ver qué decía. Y ya en democracia, un día que falleció una persona muy querida vino el presidente (Julio) Sanguinetti al sepelio y como dije algunas cosas que le molestaron, por poco me llevo otra”.
En Valdense, Delmonte dedicó especial atención al centro Emmanuel. “En aquel período había mucha necesidad de reflexión, de estudios de la Biblia y demás, e incluso logramos hacer un intercambio con colegas que venían de Europa por seis u ocho meses. La otra cosa que también pudimos fomentar fueron las reuniones en casas de familias que estaban marcadas como yo, para que se dieran cuenta que no solo eran gente normal, sino que también tenían un mensaje para compartir. Fue un trabajo muy interesante, reforzado por estos colegas que venían de Italia y podían decir lo que nosotros no podíamos”.
Tras la reapertura democrática volvieron a Montevideo. “Cuando asumió Sanguinetti estábamos allá y permanecimos 11 años. Vivimos la eclosión de la democracia, un momento mucho más creativo que lo que vivimos más tarde: al principio nos animábamos a hacer cosas y después empezaron a aparecer los prejuicios”. Durante estos años “llegué a escribir una columna en La República, a pedido de mi amigo Pablo Otero, que me permitió conocer gente como Milton Schinca, por ejemplo, y el ex dirigente textil Héctor Rodríguez. Lo que aprendí de ese hombre no tiene nombre”.
Entre 1998 y 2005 la acción pastoral de Delmonte se desarrolló en Ombúes de Lavalle, adonde convidó a su amigo el maestro Gabino “a dar una charla para adolescentes, a visitar la escuela y todo eso que tanto le interesaba”.
“Y pensé: yo estoy enganchado con él y vamos a serle fiel”
En los últimos años la salud de su esposa declinó. “Tiene una enfermedad con un nombre rarísimo que me cuesta mucho recordar. Perdió la capacidad de hablar: no habla desde hace tres años y por más que uno pruebe y trate de deletrearle, no hay caso, entonces necesita de un cuidado casi permanente. Ella está en silla de ruedas”.
Casi simultáneamente apareció la pandemia del nuevo coronavirus, jaqueando sobre todo a las personas ancianas y a los establecimientos que las acogen, pero Delmonte tiene una mirada optimista: “Lógicamente hay una cantidad de cosas que se perdieron, pero no hay duda de que nos obligó a renovarnos en los sistemas de comunicación: llegó el whatsapp, el zoom, las videollamadas, y todo eso es un aprendizaje sobre todo para nosotros porque la Iglesia vive en el contacto personal. No hay nada que sustituya el cara a cara, pero la pandemia nos dijo: si eso no se puede, tiene que haber otra forma”.

El mismo desafío se le plantea en casa con su esposa. “¿Dónde está la forma nueva en la que yo pueda comunicarme, y solamente en los ojos y en la sonrisa, porque mirarla y decirle que estuve hablando con usted esta tarde y todo lo que estuvimos haciendo, ella me va a mirar con los ojos así (los abre grandes). Es decir que va a entender, pero no va a poder reaccionar haciendo preguntas o diciendo su opinión”.
Dentro de la limitación “que la vida nos presenta ¿cuáles son las opciones que estamos obligados a encontrar? Siempre buscar, buscar, como buscábamos en la época de la dictadura por ejemplo: de qué manera me puedo expresar, esto no lo puedo hacer, esto no lo puedo decir, a ver: cómo lo digo, porque tengo que decirlo”.
Delmonte y su esposa padecieron Covid19. “Primero me lo agarré yo y después contagié a Elisabeth, así que estuvimos 15 días, y justo cuando empezaba vino una tormenta fuerte, cayó un rayo y quemó mi teléfono y mi televisor, y me quedé incomunicado. Pasé prácticamente tres o cuatro días pensando cómo hago para relacionarme, y como uno todavía puede escribir, gracias a Dios, pude volcar un poco en la escritura”.
El estímulo fue familiar: “una parte la escribí porque me lo pidió mi sobrina, que no alcanzó a conocer a su padre porque era muy chica cuando murió. La otra fue una idea que tuvo mi hermana con una amiga, de pedir que escribiera algo sobre nuestra infancia. La otra me la dio Elisabeth el día que el nieto mayor cumplió nueve años, y yo pensaba: ‘¡qué regalo le mando!’ Y Elisabeth me dijo: ‘y bueno, sentate y escribí, contale cómo eras vos cuando tenías nueve años’, y ahí aparecieron Los cuentos del Opa como se llaman, porque en alemán quiere decir abuelo”. Ahora Esteban su nieto mayor, tiene 30 años.
Con el diario del lunes todo indica que el evangelio fue más fuerte que la masonería que percibió cuando era niño, aunque “si se quiere, no pasaba por un énfasis ideológico o algo por el estilo, era sencillamente dar y recibir, protegerse mutuamente”.
Durante sus años en Valdense “vinieron amigos y parientes muy queridos a preguntarme si no quería ingresar, y a mí siempre me pareció que no debía, por dos razones: Porque cuando se supiera habría un sector de la Iglesia que me iba a mirar con la lupa más grande, y porque Jesús dijo que no se puede servir a dos señores. Y pensé: yo estoy enganchado con él y vamos a serle fiel”. No obstante, Delmonte no tiene reparos respecto a que “un colega sea masón. Fue una cuestión completamente personal, un razonamiento íntimo”.
Qué hermoso leer tanta historia.
Tengo un gran, enorme , recuerdo del Pastor Amigo .
Yo era una de las adolescentes que intercambiaba en sus grupos , debate, valores .
Voy a intentar encontrar sus libros
Gran persona , inolvidable
Ojalá le llegue mi saludo
Gracias, Liria, transmitiremos tu saludo al pastor Delmonte.