
Tortas fritas con valor agregado en Juan Lacaze
20/12/2022En julio, Lourdes Schenck celebró con clientes y amigos los 25 años de su comercio de tortas fritas en el centro de Juan Lacaze. “Llevamos un carrito móvil que tengo para fiestas y ferias y regalé tortas”, recordó. Desde que resolvió incorporarles rellenos salados o dulces, algunos sorprendentes, sus productos se han hecho famosos dentro y fuera de la ciudad. Su idea es “ampliar la oferta de sabores y en un futuro cercano ofrecer franquicias”.
Luis Udaquiola
Lourdes Schenck nació en 1967 y se crió en Las Delicias, un barrio de Juan Lacaze a un lado de la ruta de acceso a la planta urbana. Son cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones, y su padre, Eduardo Schenck, trabajó en Fanapel. De su infancia recuerda “maestras y compañeras divinas” de la Escuela 100, y el recorrido que atravesaba la ruta 54 y tomaba la calle 2 “juntando los chiquilines del barrio para llegar juntos”.
Cuando era adolescente hacía tortas fritas: “a veces en los días de lluvia me daban ganas y hacía”. Además tuvo una vecina que llamaba de ‘abuela’ que la invitaba con tortas fritas para la merienda “y a mi me encantaba”, pero “trabajar en esto nunca lo pensé: surgió porque precisaba trabajar y se me dio la oportunidad”.
Cursó el liceo, luego consiguió un empleo, y a los 18 años se fue a trabajar a Montevideo porque “no podía seguir estudiando” y, reconoce, “tenía miedo de entrar a la fábrica, no me gustaba y no quería”. Igual trabajó en fábricas en la capital donde vivió una “muy buena experiencia de gremios, luchas y compañerismo que me sirvieron muchísimo”. Viajó sola y se hospedó en una pensión.
Recuerda que en aquellos años se respiraba la democracia recuperada, pero que igualmente fue un período difícil por las razzias policiales ensañadas sobre todo con los jóvenes. “No podías olvidarte del carné de trabajo, y tenías miedo de salir de noche. Una sola vez me tocó y por suerte no fui al calabozo”.
Trabajó en la fábrica de chocolate Ricard, y también en una imprenta, pero el avance de la tecnología “nos dejó sin trabajo” y uno “debe reinventarse todo el tiempo”. En este período también conoció, en una fiesta, al padre de Julieta, su hija única.
En 1996 “estaba embarazada y me volví con mi compañero. Estuvimos un tiempo en Rosario, y en un momento en que dudaba sobre si me quedaría o volvería a Montevideo se me presentó la oportunidad: se asoció con su amiga Sandra Méndez, compraron un carro “muy artesanal que había sido de venta de pescado frito” que pagaron en cuotas, y se instalaron en la plaza principal de Juan Lacaze. “Empecé de a poquito desde que mi gordita era una bebé, y acá sigo: todo se fue dando”.
Julieta nació el 7 de junio de 1997 y el carrito se inauguró el 23 de julio. “Por lo general uno crea cosas por necesidad, porque si estás bien y no te falta nada, no hacés nada. Lo precisaba y se me dio la oportunidad”, reflexiona. “Al principio fueron poquitas horas, y cuando empezó a marchar se fue transformando. Es verdad que sin el apoyo de la familia no habría podido”.
El primer carro debió reemplazarse por otro mayor que mandó hacer a medida, también en Juan Lacaze, pero “ya quedó chico”. Si bien estos 25 años coincidieron con el comienzo del fin de las dos industrias de la ciudad, la textil y la papelera, dice que ambos cierres no la afectaron: “La verdad que no lo sentí, porque mi negocio es de poco dinero, no requiere grandes capitales y pude mantenerlo. Los cambios vienen, pero lentamente la gente se está acostumbrando a vivir de otra manera”.
Sumado a los factores ‘oportunidad’ y dedicación, la clave del éxito del Carrito de Lourdes ha sido el plus que incorporó a sus tortas fritas y las hicieron famosas en Juan Lacaze, el departamento y quizás el Uruguay. “Yo ya vendía solas o con dulce de leche, y siempre estaba la idea de ponerle algo”, contó. En una época anexó la venta de panchos y como disponía de mayonesa, mostaza, catchup y papitas pay, un día “un chiquilín que se llama Carlitos, no me olvido más, me pidió: ‘¿Me hacés una con mostaza?’ Se la hice, y atrás comenzaron a llegar todos sus amigos”.
También tuvo un cliente, el fallecido dirigente gremial textil Julio Picca, “que pasaba de nochecita y pedía dos o tres bien doraditas, con mostaza”. Fue el disparador de otras innovaciones y propuestas como los actuales rellenos de jamón, muzzarella, panceta, aceitunas, papas pay, cheddar, y los aderezos: mayonesa, mostaza, catchup, salsa picante, barbacoa. También están las dulces: dulce de leche, de durazno, de higo -“todos de la zona”, membrillo, crema pastelera, chispas de chocolate y sus combinaciones entre sí. Como el cliente siempre tiene razón, algunos piden jamón, queso y dulce de membrillo y, “aunque esta es más rara”: panceta y dulce de higo.
Schenck tiene la idea de ampliar la oferta de sabores y en un futuro cercano vender franquicias, mecanismo que permite al propietario de la franquicia usar la marca, sus propiedades intelectuales -logos, diseños, marcas registradas, etc.- y su modelo de negocio, sin ser dueño de la marca. “Mi masa, mi forma de trabajar, y yo les enseñaría cómo las hago para quedar idénticas. Se ha acercado a pedirme gente de Maldonado y Rocha, pero hasta que no tenga todo armado no puedo darlas”.
El Carrito de Lourdes abre de lunes a lunes y ella descansa un día por semana. Aunque el imaginario popular asocia la torta frita con la lluvia y el frío, “mi época de mayor venta es el verano, porque el horario es más largo y, salvo durante la pandemia pasada, viene mucha gente de Buenos Aires, de las playas vecinas, de Colonia”.
Está feliz por lo que ha logrado, “la verdad que nunca me imaginé”. Es temprano para pensar en el retiro, pero cuando lo hace surge el nombre de Julieta, que tiene 25 años y si bien aún no lo conversaron, “se crió viéndome trabajar y conoce todo el negocio”. Su hija está en Francia hace un año, trabajando y conociendo, vuelve en enero, pero Schenck no está sola: vive en pareja con el también empresario Christian Piccone, dueño de la cervecería Barba Azul. “Nos apoyamos”, dice.