
Locasso: breve historia de un artista andariego
02/09/2022A diferencia de sus casi 600 pinturas distribuidas por el mundo, el artista plástico coloniense Marcos Carro solo conoce dos países: Brasil, donde vive su mamá y jugó al fútbol, y Argentina, donde una noche de música frenética descubrió su estilo actual.
Luis Udaquiola
Carro tiene 31 años y es el mayor de cinco hermanos: tres varones y dos mujeres. Hace cuatro un hermano falleció, “en Brasil; tenía 23 años”. Su familia proviene del portugués Francisco Porto, “que fue uno de los primeros habitantes de Tarariras”, pero su padre “fue criado por un señor de apellido Carro”, explicó. Su madre es brasileña.
Él nació en Rosario, “estuvimos cinco años más o menos, luego hasta los diez en Tarariras, y nos mudamos a Juan Lacaze; después nos fuimos con mamá para Brasil, y cuando volví, fui el primero en hacerlo, me radiqué en Rosario”, cuenta. Como la escuela, el liceo y la enseñanza técnica fueron un poco en cada lugar, “tengo una confusión tremenda”.
En Brasil también vivió en varias ciudades, y “a veces se me confunde saber dónde fui a la escuela, cuántos años estuve en un lado u otro”. El idioma no fue tan complicado porque ya se había familiarizado durante las visitas de familiares y “más o menos a los tres meses, ya estábamos hablando bastante fluido”.
Carro habla de sus padres con admiración. “Mi padre vive en Rosario: tiene un museo de bicicletas antiguas e impulsó la organización no gubernamental ambientalista Mirando al Colla”. En la pasada elección municipal Ruben Carro se postuló como alcalde en una lista del Partido Nacional, y “no salió por 50 votos: fue al campo a buscar a unos viejitos para votar, y en la fila veía a otros candidatos hablándoles en la oreja para que les dieran el voto”, lamentó.
Su madre vive en Mato Grosso donde atiende un mercadito en su casa. “Siempre trabajó: en talleres, frigorífico, en una fábrica de huesos para perros y en un carrito de chivitos en Juan Lacaze. La ‘brasileña’ le decían a mamá: una luchadora”. Su actual ciudad es Itiquira, pero antes vivieron en Pedra Preta y en Rondonópolis, donde Carro jugó al futbol en un cuadro de segunda del campeonato brasileño. “Jugaba muy bien cuando era más joven”.

En Juan Lacaze jugó baby fútbol en el equipo de Escuela Industrial, y si bien conserva buenos recuerdos de la ciudad, reconoce que “cuando sos de otro lado es medio complicado”. Una vez, “en un campeonato de primavera nos tocaba jugar contra Reformers, y uno que iba a la escuela conmigo me amenazó: ‘si nos hacés un gol, te matamos’. De atrás del tejido le dije: ‘hoy hago cuatro’, y les hice cuatro (risas): estuve una semana sin ir a la escuela y cuando fui me acompañó mi madre”.
Después jugó en Maracana de Tarariras y a los 18 años en Rosario Atlético, “e incluso me fueron a ver de Nacional, pero me quebraron la rodilla en la final de un Sub-23 y tuve que dejar definitivamente”.
El tiempo no para
La pintura le reservaba otras emociones. La vocación surgió “como a los diez años: se me daba por dibujar a mi padre, caricaturas y esas cosas, y después a los 15, cuando volví a Rosario tuve como ese arranque de empezar a pintar, y cambié ropa y otras cosas por unos oleos pastel con una conocida”.
Aquellos primeros dibujos los firmó como M. Brasil, “incluso aun hoy existe un mural en la calle Ituzaingó de Rosario que tiene esa firma”. Un día, escuchando la versión de Gustavo Cordera de El tiempo no para, se detuvo en el verso ‘disparo contra el sol con la fuerza del ocaso’, y se le ocurrió: “¿por qué no Locasso?, con doble ese por Picasso, porque me encantaba su obra”.
Siempre buscó, “haciendo alusión al nombre, un estilo loco, libre, que no se pareciera a nada”. Probablemente una razón haya sido que su padre le decía “¿por qué pintás esas cosas raras, por qué no pintás cosas normales? Yo pensaba: si a papá esto le llama la atención, entonces como que voy a ir en contra de eso también”.
Siguió pintando y a los 23 años -“siempre tuve algo con el número 23”-, algo inexplicable le inspiró el estilo que distingue su pintura hasta hoy. “Fue en una fiesta en Buenos Aires con música techno, y me dio como ese golpe energético”. Asegura que no consumió nada extraño, y sin embargo, “¡no sabés lo que grité esa noche! como cuando vos estás reprimido, como cuando era chico porque siempre fui un gurí medio solitario”, recordó. “La música tiene eso: si te agarra bien es felicidad y ayuda a abrir canales”.
Aquello “fue una ruptura, como pasar de un escenario chico a otro gigante, y cuando volví produje 15 obras para mi primera muestra en el Bastión del Carmen, con una forma de pintar que jamás había utilizado”. En esa época trabajaba en una panadería, y apenas salía se ponía a pintar sobre los lienzos de 1×1 metro que le facilitó el director de Cultura, Carlos Deganello.
Por entonces también se asoció con su hermano y un amigo en la productora de eventos de música electrónica Kosmoss Sounds, que ha traído varios artistas a Colonia, “algunos de nivel mundial” que adquirieron sus primeras obras.
En su segunda muestra, siempre en el Bastión, expuso 99 cuadros y recuerda que uno se vendió para un matrimonio de Polonia. La tercera, más reciente, fue colectiva y reunió los trabajos presentados para la reapertura de la Plaza de Toros en diciembre pasado.
Te tratan como un joven, un loco
Hace tres años conoció a la argentina Ariadna y hace casi dos tuvieron a su primer hijo, Itzae, cuyo nombre significa ‘regalo de los dioses’ en lengua maya. “Fatal, está”. Antes, en un momento de flaqueza económica, enfrentaron el comienzo de la pandemia en Rosario y estando allá surgió la posibilidad de comprar un terrenito en Estanzuela, “hacer la casa de nosotros, y nos fuimos para allá”.
El lugar “es muy lindo, me enamoré del campo: antes de que la panza creciera mucho hicimos quinta y criamos patos y pavos, pero tuvimos que optar, porque se te enferma el gurí una noche o no tenés un auto, o un vecino que te lleve, y se complica”. En julio vendieron y se afincaron en el barrio Los Algodones, cerca de Colonia del Sacramento. Ahora disponen de servicio de transporte urbano y “también tenemos una motito”.
Hace cuatro años fue a Montevideo a un evento y conoció a un DJ alemán al que le regaló un cuadro. Hace dos meses volvió a verlo y le dijo que aquel dibujo está encuadrado en su casa. Carro calcula que lleva pintadas cerca de 600 obras, muchas de las cuales están distribuidas por el mundo.

No lo hace con nostalgia porque no pasó tanto tiempo, pero recuerda sus primeras temporadas en la costa coloniense, cuando pedía electricidad prestada en un restaurante, conectaba parlantes con música y pintaba en vivo diez, 15 o 20 cuadros. Se llamaron las Locasso Arte e inspiraron las actuales Locasso al ocaso, que se desarrollan al atardecer en el café y bar Reina.
Dice que ha podido vivir del arte, se siente reconocido por la gente, y agradece haber contado con apoyo municipal, pero “las veces que he intentado acercarme para lograr proyectos grandes para la ciudad, como que no: te tratan como un joven, un loco”. También se congratula por mantener buen trato con otros artistas, algunos de larga trayectoria en la ciudad.
Ahora tiene 20 obras prontas que quiere exponer en Montevideo. Son grandes, de 2 x 2 y 2 x 3 metros aún sin encuadrar, y coinciden con su reciente fase rural: “Las pinté en el campo en poco más de un mes: clavaba los lienzos en las paredes de las habitaciones e iba pintando por la casa, todos al mismo tiempo, como el artista Jean-Michel Basquiat pintaba sus collages”.
Más adelante pretende dar talleres de arte, “enviar pinturas a galerías grandes, incluso del exterior, desarrollar un estilo musical y combinarlo con una plataforma de arte en vivo”. Se lo propuso a la productora del DJ alemán y parece que en marzo se reunirían en una performance.