Breve historia. La vida truncada de Ramón Peré

Breve historia. La vida truncada de Ramón Peré

06/07/2022 06/07/2022

Este miércoles 6 se cumplen 49 años del asesinato del estudiante Ramón Peré en Montevideo. Había nacido en Soriano, en la frontera coloniense, se casó en 1968 con una carmelitana, y dio clases en el liceo de Tarariras. Fueron años agitados en el mundo, en Uruguay y en su familia recién constituida. Su esposa tenía 22 años cuando lo mataron y no recuerda algunas cosas con claridad: “Me hubiera gustado saber más de él”. (Foto de Aurelio González: Ramón Peré en agosto de 1968 durante el sepelio de Líber Arce).

Luis Udaquiola

La viuda de Peré, Alicia Jaime, es maestra y licenciada en Ciencias de la Educación. Está investigando la historia política reciente de su ciudad natal y piensa publicar un libro, para lo cual cuenta con el impulso del escritor Rafael Courtoisie.

Ahora tiene tres nietos provenientes de sus dos hijos con Peré, además de una bisnieta y otro en viaje, y dos de su hijo Sebastián nacido tras su segundo matrimonio.

Ramón Peré nació en 1944 en Agraciada, una localidad en el límite entre Soriano y Colonia con alrededor de 500 habitantes. Pocos años después la familia se trasladó a Carmelo donde su padre compró una panadería y él y otros hermanos estudiaron en la escuela N° 5.

Eran nueve hijos, de modo que cuando don Peré se fue a trabajar a la represa de Rincón del Bonete y se radicó en Paso de los Toros, algunos mayores permanecieron en Carmelo. Ramón cursó el liceo y Preparatorios en Durazno. Antes que a él, Alicia conoció a su hermana Marta que “vivía enfrente a mi casa”.

La semana de turismo de 1966, Ramón aprovechó el feriado en la Facultad de Veterinaria y viajó a Carmelo para visitar a su hermana. Con la llegada de “un tipo de Montevideo, bastante lindo, las muchachitas del barrio estábamos de revuelo”, recordó Alicia. “Y un día que salió con Marta y las nenas a caminar, me invitaron. ¡Salí sorteada por el príncipe!”, bromeó.

Ella tenía 16 años, y su madre había muerto hacía dos. Como vivía con los abuelos y un tío, además del padre y las dos hermanas, la autorización de salidas ameritaba una secuencia de consultas. “Paseamos y capaz que me invitó a un helado, no lo recuerdo”. Lo que recuerda es que ella “era una niña flaquita que iba al liceo y no pesaba ni 45 kilos”, y que él “me miraba con mucha ternura”.

Los encuentros no tenían la frecuencia que ambos deseaban, porque además de estudiar, Ramón militaba en la asociación de estudiantes de Veterinaria y en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), y también trabajó un tiempo en la imprenta nacional. En 1967 comenzó a dar clases de biología y de química en el liceo de Tarariras.

La distancia se acortaba con cartas semanales de ida y vuelta que Alicia conserva en el mismo orden que hace 50 años: “le escribía los martes que él volvía de Tarariras a Montevideo, y el guarda se las entregaba directamente cuando abordaba el ómnibus”. Una vez que una carta se hizo larga y adquirió volumen, Ramón bromeó: ”Me estará dando la del olivo”. Los jueves retornaba a Tarariras, y algunos fines de semana la iba a visitar.

Fue el cura Bartolomé Bacigalupe, novel párroco de Tarariras y profesor de filosofía en el mismo liceo, quien los casó el 14 de diciembre de 1968, con algunos privilegios: “preferimos la capilla de Pompeya a la iglesia del centro, y yo de minifalda, con unas perlitas nada más”, rememoró Alicia.

La ceremonia religiosa atendió sobre todo los intereses de la familia Peré, algunas hermanas de Ramón eran catequistas, y de las abuelas de Alicia. “Por suerte fue una minifalda porque ese día llovió tanto que no podíamos salir de casa”. Entre los invitados, además de familiares y amigos, estaban varios docentes del liceo de Tarariras.

Nunca nos peleamos”

Alicia estudiaba magisterio y durante varios meses debió conciliar la preparación de exámenes con los preparativos de la boda: “¡bordaba sábanas a máquina! Y tenía el ajuar completo. Tampoco era esa cantidad de cosas que hay que tener ahora: era lo mínimo”, aclara.

(Izq.) Foto de archivo de Ramón Peré. (Der.) Peré y su esposa junto a la pequeña Nancy en 1970 (arriba); recién casados junto a familiares (centro); la pareja con sus hijos en 1971. (Archivo de la familia).

La luna de miel fue en Tarariras desde donde fueron a pasear a Colonia del Sacramento, Rosario y otros lugares. “Creo que fue la primera vez que subí a un tren”. Luego se radicaron dos meses en Montevideo pero en casa prestada. “Me quedé con mi suegra que era muy buena y me quería, para mí fue como una madre, y yo también la quería”.

Más tarde se mudaron a Tarariras. Era una casa grande cerca del liceo, adonde Ramón también daba clases particulares. Ella reanudó la carrera de magisterio en Rosario, y comenzó a viajar regularmente. “El ómnibus salía a dos cuadras de casa, pero nunca llegábamos en hora. Entonces Ramón me acompañaba corriendo hasta la parada de la Palma, que no sé si sigue existiendo. ¡Era una felicidad!”.

No demoró mucho para saber que estaba embarazada. “Yo no tenía cerca quién me dijera las cosas”, dice, como disculpándose. Su hija Nancy, actualmente docente de la Comisión Sectorial de Enseñanza de la Universidad de la República, nació el 6 de setiembre de 1969 y ya aclaró con su madre que esta no se casó embarazada.

Entonces retornaron a Carmelo, a la casa paterna de Alicia, y ese verano abrieron un kiosquito en la playa Seré. Además de atender a su hija recién nacida, preparaba exámenes de matemáticas y de lógica con el profesor Enrique Pitamiglio. En la secuencia se embarazó de Andrés y resolvieron radicarse en Montevideo.

En febrero de 1970 el gobierno intervino Enseñanza Secundaria y UTU, y hubo ataques a liceos por parte de grupos de derecha. Era una época de debates y “manifestaciones estudiantiles relámpago, en un clima de efervescencia que significó un cambio radical para mí”.

Primero vivieron en la casa de Luisa, su suegra, que siempre los apoyó, pero cuando nació Andrés en enero de 1971 ya vivían en La Unión: “era una casa de fondos, muy modesta, pero acorde con nuestro presupuesto”. Al frente vivía doña Lola, “que había quedado viuda y fue como una abuela para los gurises, y para mí como una madre. Realmente me ayudó montones”.

En Montevideo, Alicia completó la mitad de segundo y cursó tercero de magisterio. Ramón continuó con su carrera, incorporándose como docente ayudante de Histología, y siguió viajando a Tarariras. También colaboró con la crianza de sus hijos: “si bien yo era la que tenía más tiempo, siempre hicimos las cosas juntos”.

Alicia recordó que durante la campaña electoral de 1971, la primera del Frente Amplio, pudieron participar en una jornada de la UJC “en la que pintamos murales, barrimos calles y nos vinimos a 18 de Julio a festejar, porque los gurises se quedaban con la abuela. ¡Tenía una paciencia!”

Por entonces había tiempo para todo. “No sé cómo lo hicimos rendir, pero además de criar los hijos, estudiar y trabajar, hacíamos una vida de pareja maravillosa, nunca nos peleamos ni tuvimos discusiones”.

En junio de 2013, por iniciativa del Programa Integral Metropolitano (PIM) de la Udelar, estudiantes de Bellas Artes y de Veterinaria inauguraron una escultura en el viejo predio de la Facultad de Veterinaria (arriba y centro). En agosto de 2019, la Junta Departamental de Montevideo descubrió una placa en el marco del Día de los mártires estudiantiles.

Justicia y homenajes

Recién en junio de 2011 el juez penal Rúben Saravia procesó con prisión al coronel retirado Tranquilino Machado por su asesinato. Ocurrió durante un enfrentamiento entre las Fuerzas Conjuntas y una manifestación de obreros y estudiantes, nueve días después del golpe de Estado y en medio de la huelga general decretada por el PIT-CNT.

Según los organismos de derechos humanos, Peré murió de un disparo por la espalda. Según la defensa de Tranquilino Machado, la bala que mató al estudiante no provenía del arma del militar. La causa había sido excluida de la ley de caducidad en febrero de 2008, por el gobierno de Tabaré Vázquez.

De acuerdo a lo denunciado por la familia, el 6 de julio de 1973 Peré repartía volantes contra la dictadura cuando fue baleado por la espalda. Aunque la defensa fundamentó que los militantes estudiantiles estaban armados, surge de las actuaciones judiciales que nunca se probó la existencia de arma.

Además, quedó demostrado que Peré padecía Parkinson y que con su mano hábil no podía sostener ningún elemento que no estuviera apoyado. “Fue una de las cosas que se hicieron valer durante el juicio”, recordó Alicia. “Sus compañeros de Facultad lo admiraban por la forma en que apoyaba sus movimientos, por ejemplo en las disecciones; además precisaba agarrar el mate con las dos manos. ¡Cómo le salió mal a los milicos!”

“El golpe de Estado a cada uno lo hizo vivir su propia peripecia”, escribió el profesor Omar Moreira en Los pata de perro en 2014. “La de Mario (Álvarez en Tarariras) comenzó cuando, conjuntamente con Jorge (Perroux), el maestro, también profesor y dirigente gremial, además de figurar como candidato común a la elección departamental, fueron sacados encapuchados de sus hogares y trasladados en un jeep militar al cuartel”.

Para Álvarez y su esposa, el asesinato de Peré “fue una dolorosa mutilación ideológica, de amistad, hasta familiar”, pues lo habían alojado en su casa en varias ocasiones. Pocos días después, Álvarez escribió un poema que tituló Sin tiempo y dedicó: “A Ramón Peré, camarada, compañero en vida, sonrisas y lucha. Primera víctima del golpe de Estado en junio de 1973”.

Sin tiempo al llanto y al dolor/ ¡no hay tiempo!/ asombro y nada más,/ ojos y manos resbalando/ sobre la sangre …/ La quemadura de llaga en el pecho/ y el estampido cual escupitajo cimbrando su oído./ En medio de la calle negra/ no hay piernas ni asidero/ ¡nada!/ Se viene abajo/ sobre su misma sangre/ ojos y manos/ asombro y nada más/ sin tiempo,/ un instante, una vida: ¡No hay tiempo!”

Meses antes de su muerte, a fines de 1972, fue convidado por sus estudiantes de Tarariras para que los acompañara en un campamento al que también concurrió su esposa. Cuando lo mataron, “quedaron tan consternados que hicieron una colecta para mandarme”. Peré pretendía rendir la última materia de su carrera a fines de 1973. “Le costaba porque había que memorizar mucho, y él era muy razonador, pero se iba en fija que la salvaba”. Tenía 28 años.

La apariencia de Alicia de saber sobreponerse a las amarguras y lidiar con su peripecia, fue jaqueada en 2016 cuando falleció Andrés, su segundo hijo. “Era un ser tan especial y, sin haber convivido mucho con él ¡tenía tanta cosa del padre!”