
Tararirense radicado en Buenos Aires presenta su historia de vida
28/04/2022El empresario Héctor González Aranda nació en Tarariras en 1955 y hace casi 50 años que vive en Buenos Aires. Este sábado presenta su libro “Yo viví en Tarariras”, y reconoce: “nunca me fui”. La presentación será a las 19 horas en el centro cultural Cine Rex con entrada libre.
Luis Udaquiola
“Desde que tenía diez años y mi abuelo me hacía leer el diario El País, siempre tuve el sueño de hacer un libro”, dice el tararirense Héctor González Aranda mientras prepara el bolso para viajar a la querencia.
Nació en El Empuje, un barrio “con muchas familias carenciadas y numerosas como la nuestra que éramos siete hermanos”. A los nueve años comenzó a trabajar como vendedor de diarios, y recuerda con nitidez cuando tenía diez u 11 y pergeñaba “estrategias para salir de la pobreza con mi hermano mayor”.
Cursó la enseñanza primaria en la escuela 38, fue al liceo y luego viajó a Rosario durante dos años para estudiar Magisterio. Como siempre trabajó y estudió tuvo que contentarse con dormir cinco horas por día, hábito que conserva hasta estos días.
En la década de 1960 se empleó en una parrillada en la esquina de 18 de Julio y Roosevelt, y comenzó “a conocer mucha gente en un momento en que Tarariras empezaba a explotar y las metalúrgicas pasaban a atender las demandas de los productores del campo”.
En 1960 se instaló el granero oficial, en 1963 se fundó el frigorífico, en 1964 se creó Calprose, y en 1965 se reconstituyo el Comité de Amigos de Tarariras. Un año después se instalaron los primeros picos de alumbrado a gas de mercurio, en 1967 se creó Caprolet, y en 1969 la villa fue declarada ciudad.
En aquella época Tarariras ya se perfilaba como la ciudad tuerca que es hoy, “llenando el autódromo con gente de todo el país para ver las pruebas de Fuerza Limitada”. Entonces había tres escuderías, una asociada a Miguel Toto Cutinella “que fue un prócer de la ciudad, un tipo superinteligente a quien mi generación del liceo tuvo el placer de tener como profesor. Y terminó siendo, hasta que falleció hace unos años, nuestro compañero y amigo”.
A contrapelo de aquel auge, en agosto de 1974 resolvió cruzar el Río de la Plata. Dice que fue “la inconsciencia de la juventud: mi hermano ya había estado, iba y volvía; yo tenía 19 años y lo seguí”. Se sabe que soplar no es hacer botellas. “Llegué a esta grande y maravillosa ciudad con ocho dólares y tuve que trabajar durísimo muchas horas por día en diferentes empleos para levantar los ‘pilares de despegue’ que me había imaginado desde niño”.
Casi nunca estuvo solo. “Tuve la suerte de encontrar una buena compañera, me casé, y tenemos dos hijas”. Trabajó en una empresa de bulones y luego «me fui a una empresa de vidrios de seguridad que era muy grande. Empecé trabajando como cualquiera y terminé siendo gerente”.
Ser parte de las soluciones y no de los problemas
Cuando llegó el año 2000 “me sentí preparado para armar mi propia empresa, la pyme Tempered Glass SRL, bien posesionada en el mercado y manejada actualmente por mi hija y mi yerno”. En julio de 2011 el Fondo de Garantías y el Ministerio de la Provincia de Buenos Aires la reconocieron junto a otras nueve empresas por su contribución al mantenimiento de fuentes genuinas de trabajo.

Junto a Washington, el ex propietario de una fábrica de vidrios templados en Uruguay, hoy su amigo, colaboraron cerca de 20 años generando oportunidades laborales para uruguayos en Buenos Aires. Después de tantos años se considera un argentino más. “Me acostumbré a la vida, el pensamiento, esta vida cíclica que tenemos donde todo vuelve y siempre para peor” dice, sin denotar desencanto.
González Aranda tiene 67 años y se considera “en plenitud”, pero ya no trabaja 14 horas en la fábrica. “Todo lo que me propuse hacer en Argentina lo hice: mi casa, mi empresa, el bienestar, salud y educación de mis hijas, sus estudios. Ha sido una vida muy dinámica y de mucho esfuerzo, porque ya se sabe que cuando uno es inmigrante las cosas cuestan un poco más”.
En Tarariras está su familia uruguaya. “También mantengo los amigos de la infancia que son ‘eternos’ y con los que me reúno cada segundo domingo de enero en el balneario Santa Ana desde hace más de 50 años”.
Está agradecido al director de Verdad, Pablo Celedon, quien durante cinco años publicó semanalmente columnas que le enviaba desde Buenos Aires con anécdotas y vivencias que ahora desembocaron en el libro. “Es una reseña de mis años en Tarariras: si bien los pueblos son generalmente tranquilos, mi vida fue bastante agitada porque hacía muchas cosas”.
Espera que la publicación tenga éxito, “más que nada que la gente lo lea para saber cómo era Tarariras en otras épocas”, y se lo dedica a sus nietos, “uno de 12, otro de ocho, uno que va a cumplir cuatro y un cuarto que viene en camino”. Le gusta pensar que lo leerán “y sacarán sus conclusiones: que la vida te da sorpresas y que nada es fácil, requiere esfuerzo, hay que trabajar duro, y tener perseverancia para obtener logros”.
Por las dudas pone un pie atrás: “Es bueno inculcar esta mentalidad, aunque ellos hoy tienen todas las comodidades: ¿cómo le explicás que yo a los nueve años vendía diarios a un chico que tiene una Play 5, o estudia en un colegio bilingüe y se va a Disney de vacaciones?”.
Si bien sabe que se trata de épocas distintas, contrasta: “A los 15 años yo jugaba al futbol en la primera de Plaza y tenía que esperar que saliera la tercera para agarrar los botines porque no había para las dos divisiones”.
En estos días recibió numerosas llamadas y se dio cuenta “que la gente me está valorando por mis años de esfuerzo, sacrificio y por ser buena gente, por pensar en la amistad como algo lindo, ser bondadoso, ser parte de las soluciones y no de los problemas. Creo que la vida pasa por ahí, porque se va muy rápido y lo que queda de uno son esas cosas”.
Ahora comprende que se fue a Buenos Aires, “tengo mi vida aquí, conozco a mucha gente, pero la verdad es que nunca me fui de Tarariras”.
Maravillosa vida!!te felicito. Si puedo iré a felicitarte, la escritura sana muchas cosas!!