Club Social Rosario. Declaración de Monumento reconoce audacia de arquitecto Otaegui

Club Social Rosario. Declaración de Monumento reconoce audacia de arquitecto Otaegui

22/03/2022 22/03/2022

Al declarar este martes 22 al Club Social Rosario como Monumento Histórico Nacional, la Comisión de Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural de la Nación (MEC) reconoce la “audacia creativa” de Miguel A. Otaegui, su arquitecto proyectista. Junto a un grupo de sesentones que vivieron allí la adolescencia y juventud, recreamos sus años ‘dorados’ de 1960 y 1970. 

Mathias Medero

El Club Social Rosario (CSR), surgió de la fusión en 1942 de dos instituciones de fines del siglo XIX: el Club Cosmopolita y el Centro Democrático. Su edificio está ubicado sobre la calle Leopoldo Fuica, entre Ituzaingó y Sarandí, frente a la plaza Benito Herosa, y completa 69 años en octubre próximo.

Fue diseñado por el arquitecto Miguel Alberto Otaegui y formó parte de un cambio arquitectónico y sociocultural que experimentó Rosario entre los años de 1940 y 1970, cuando se incorporaron expresiones de arquitectura moderna. “La obra culminada produjo un fuerte impacto por la audacia de su diseño, en una sociedad poco habituada a edificios de clara factura moderna”, escribieron Lucía Pucci y Gerardo Martínez en su libro Arq. Miguel A. Otaegui. La expresión de la audacia creativa.

“Para el municipio y para la comunidad esta declaración es más que importante porque se trata de preservar justamente esto que marcó la historia de décadas de la ciudad”, dijo el alcalde Pablo Maciel, uno de los impulsores de la iniciativa.

Por su parte, Enrique Alonso, presidente del CSR, recordó que Otaegui diseñó varios edificios rosarinos: “todos llevan su impronta”. Lo definió como “una persona adelantada para su época, porque a pesar de tener 69 años el edificio mantiene sus rasgos arquitectónicos modernos”, y contó que “todos los años concurren estudiantes de la Facultad de Arquitectura para estudiar su diseño y estructura”.

Un edificio que marcó una época

Durante el proceso de obra se modificó el permiso de construcción municipal con la introducción de un sótano con acceso desde la calle. En la década de 1970 y con el telón de fondo del auge de las discotecas, el subsuelo se convertiría en la ‘Cueva del Colla’.  

Para el maestro rosarino Jorge Gago, el CSR “significa muchas cosas: recuerdos que tengo desde muy pequeño, desde los seis o siete años cuando su inauguración, vinculados a mi padre y su participación en la comisión directiva y sus reuniones con otros integrantes, amigos como Tucho Domínguez, Suizo Davrieux, Chueco Ahunchain, Patón Fuica y ese enorme arquitecto que fue Miguel Otaegui”.

Gago evalúa que es una de las sedes sociales mejores del interior del país, y admira no solo su “arquitectura moderna” sino también la generosidad que recibió cuando la banda de música beat que organizaba junto a unos amigos, pasó a ensayar en la biblioteca y en el salón de reuniones. “Conociendo nuestros vínculos con la institución, la directiva de entonces nos apoyó”.  

Además de él participaban los rosarinos Carlos Rodríguez Sabalsagaray, Néstor Macaco Arce, y Ruben Martínez. Se llamaron Los Charmers. Las primeras presentaciones públicas por contrato fueron en el CSR. Gago recuerda el carnaval de 1967, en un escenario montado en la terraza frente a la Plaza. “Nos permitían hacer música para los socios y concurrentes al Club, pero se formaba una tribuna de gente en la vereda y en la calle, toda gente del pueblo de Rosario y otras ciudades que concurrían”.

(Izq.) Imagen interior del Club Social Rosario. (Der.) Afiche de The Charmers, banda coloniense de los años de 1970 (arriba); presentación de quinceañeras en octubre de 1966 (centro); The Charmers actuando en el CSR (abajo).

A fines de aquel año –ya sin la presencia de Rodríguez Sabalsagaray que falleció, y de Ruben Martínez-, se incorporaron el también rosarino Carlos Martínez y los lacazinos Guzmán Pérez y Dante Giménez.

“Durante toda nuestra trayectoria el CSR nos apoyó y confió en nuestro trabajo: cada vez que organizaba alguno de los grandes eventos bailables con grupos nacionales de primera línea como Los Iracundos, Los Delfines, Sexteto Electrónico Moderno, Los Sobrinos del Tío Tom, nosotros éramos quienes compartíamos el escenario”.

Gago destacó la contribución de esta “querida institución” a la música y a la cultura del pueblo, no solo de Rosario sino de todo el departamento. “Un afectuoso saludo a todos los que de una forma u otra han contribuido y contribuyen para mantener vivo este merecido patrimonio cultural”.

La primera vez que el cantautor neohelvético Carlos Chamaco Rossi tocó en ‘La cueva del Colla’, tenía 16 años. El grupo se llamaba Manto’s. “Me parecía un sueño: aquellas luces, el humo de cigarrillos, tanta gente, todavía tocábamos música lenta; ahí comencé a hacerme de amigos”. También en el CSR asistió a “grandes shows y bailes de gala, cuando en cada mesa había una botella de champagne, y compartió escenario con la orquesta del maestro Frade”.

El músico lacazino Efraín Abad lo recuerda por las presentaciones de la banda Holem durante sus años “de juventud, en los que disfrutábamos de hacer música sin otras preocupaciones, y los legendarios bailes de los años 70: 30 minutos de toque alternados con otros 30 minutos de baile”.

Abad recordó las charlas con integrantes de otros grupos, “como los muchachos de Leblon”, y los viajes de Juan Lacaze a Rosario “en el camión de Caballero, que se quedaba frente a la plaza y nos esperaba”. Reconoció que Rosario era el lugar que más les gustaba tocar: “por la organización, el ambiente y el edificio de arquitectura elegante y moderna para la época. Me parece un orgullo para la ciudad que se lo declare monumento histórico”, destacó.

Orgullo pichonero

La rosarina Myriam Popy Berazategui tenía 14 años cuando conoció la ‘Cueva del Colla’. “No era bien visto ir antes de los 15, pero tuve unos padres vanguardistas”, recordó entre risas. “Siempre me apoyaron en las cosas que deseaba y no podía dejar de disfrutar ese evento: La primera boite en Rosario”. Es claro que ayudó la complicidad de su primo Washington, que si bien vivía en Montevideo “venía a casa todos los fines de semana y era nuestro chofer”. La Plaza Herosa se veía rodeada de autos, “donde los padres esperaban a sus hijos”.

Mirando en perspectiva, analiza que “fue un lugar de encuentro de los jóvenes con música en vivo y discos seleccionados, los queridos vinilo, sostenido con mucho esfuerzo y creatividad”. Recordó que sus asientos eran barriles de cerveza con almohadones, y sus mesas barriles más grandes iluminadas por una vela en el pico de una botella. “El escenario estaba decorado con muchas cañas tacuaras, y el ambiente atravesado por varios olores: madera, cebada, cebo y algo de humedad”.

Para Berazateguy, la sede del CSR “era el gran orgullo pichonero, y sigue siéndolo por su diseño polifuncional”. Una fecha emblemática se vivía cada año en octubre con la presentación en sociedad de las socias quinceañeras. “Mi vestido fue realizado con mucha antelación por mi adorada abuela materna Cristina Paz. Ella estaba muy enferma y con sus manitas mágicas lo confeccionó con dos años de antelación. Si bien no pudo verme con el vestido puesto, la llevaba junto a mí”. Ese mismo día se hacía la elección de la reina y misses del CSR. “Yo salí ‘Miss Simpatía’, y creo que era en lo único que podía competir”, bromeó.   

Escalera que conduce al salón de fiestas, «indiscutida protagonista del espacio, cuya sinuosidad es acompañada por el diseño de otros elementos como el mostrador». En el permiso de construcción figura que la madera a emplear en sus escalones «será incienso».

La sede cuenta con diferentes espacios adoptados por públicos distintos. En el salón de rummy canasta la mayoría eran mujeres. Enfrente a la cantina había una mesa de casin y predominaban los hombres jugando a las cartas. “Ese lugar era el de los ventanales más grandes hacia la plaza. Los jóvenes tomábamos los grandes sillones que quedaban entre estos dos espacios”, contó.

También recordó la existencia del ‘teléfono derivado’, una cabina a la que llamaban “teléfono del agente Super 86” en referencia a la serie cómica de la época. “El teléfono estaba en la cantina, pero si alguien quería privacidad derivaban la llamada a la cabina. Comprobado: entrábamos hasta tres a la vez”, confesó entre risas.

La gastronomía del CSR también marcó tendencias, sobretodo en la época de Andrés Moleda, quien fue el primer concesionario de la cantina y gerenció el comedor durante muchos años. “Puedo asegurarles que sus cazuelas de riñoncitos al vino blanco y ravioles de ricota eran insuperables. Ni hablar de sus sándwiches a medida. Yo los pedía quemaditos y con mucha manteca. Cada uno con sus gustos y siempre respetados. También estaba el salón comedor donde sus platos y buffets eran reconocidos y atraían comensales de localidades vecinas”.

Berazategui rememoró los bailes con famosos conjuntos de la época –“fui a ver a los Moonlight con el padre de mi hija y con Osvaldo Laport, ambos sabaleros”-, y la pista al aire libre que se utilizaba para los bailes en primavera y verano. Históricamente el CSR fue sede también de conciertos y eventos familiares como bodas y aniversarios.

En una época el escenario del salón de baile se aprovechó para hacer teatro. “Fue una época hermosa donde participamos muchos, bajo la dirección de Gladys Borrás y de D’Artagnan D’Alessio”. Fue en víspera del golpe de Estado, de modo que el texto debió enviarse al comisario que por suerte no lo censuró. “Fue una gran experiencia que tuvo una gran aceptación. En esos tiempos una comedia cómica era un bálsamo”, explicó. En 1974 y 1975 fue sede de la Comisión del Bicentenario de Rosario. Hace unos años el CSR fue elegido para el primer encuentro de rosarinos residentes en otras ciudades. Se llamó Pichoneros en bandada, retornando al nido. “Ahí la tecnología ayudó: gracias a las diferentes redes y correos se logró reunirnos de muchas partes del país y del exterior. Fue un almuerzo muy emotivo de reencuentro y recuerdos”.