
Nadando con Tarzán. La confesión de Báez
13/10/2020(Publicado originalmente en mayo de 2006). El poeta y ex peón rural carmelitano Ramón Báez, de 74 años, nadó con Johnny Weismuller en 1951. La anécdota, contada al periodista Carlos María Domínguez, sirvió de base para el cuento La confesión de Johnny que obtuvo el primer premio en un concurso organizado por COFAC y Banda Oriental en 1998.
Luis Udaquiola
Jubilado de la estiba por razones de salud, Báez vive rodeado por 50 variedades de hibiscos y 50 de orquídeas en la falda este del Cerro de Montevideo, haciendo lo que más detesta: escribir. «La pedagogía del mundo está tremendamente equivocada. Mi vocación fue pintar y soy incapaz de hacer un macaquito de esos que hacen los niños de primer año. Odio escribir, pero no soy tonto: tengo la condición de ser pensante y para que tu pensamiento quede tenés que escribirlo. La vocación es una mentira; la condición es natural.” Los cinco pequeños libros que publicó a partir de 1974 – Como los talas, Trapero de nubes, Del mismo palo, Paisaje de la bahía y Retazos de la niñez– le han reforzado la economía. “Una cosa estrafalaria en este país.”
A contrapelo de su apariencia y bohemia, Báez escribe de día. “Tengo que estar muy sereno, sin penas, sin haber tomado un trago de alcohol ni fumado un cigarro. En estado de pureza”.
Sentado con los pies en alto, recostado en el tronco de una enredadera que trepa por el porche de su casa, bebe vino en un jarro de loza. “Siempre me tuve por un buen poeta y los críticos también. Comentando Como los talas, Arturo Sergio Visca dijo en El País que yo no soy ni Machado ni Martí; soy los dos juntos. Y Visca era blanco y yo era de la hoz y el martillo”.
Nació en Carmelo en 1932 y es capaz de reconstruir «día a día, minuto a minuto -a no ser los que dormí- desde que tenía un año hasta los nueve«. Después «no recuerdo bien los años porque en aquella época en las casas no había ni almanaque ni reloj«.
Cuarto de 15 hermanos, vivió cuatro años en la estancia Santa Elena, hasta «la langosta de 1935«, y los siguientes, separados por unos meses de estadía en Carmelo, en Martín Chico, donde su padre se empleó en las canteras de piedra y arena.
En 1941 la empresa fue clausurada “por razones políticas” y los Báez se radicaron nuevamente en Carmelo. «A los 9 años empecé a mantener a mi familia vendiendo diarios para el pelado Brancaccio y dos meses después me transformé en un buen canillita. Vender 100 diarios era una cosa impresionante, ganaba el doble que un peón«.
Fue a la escuela de grande, pero ya sabía leer y escribir. «Me había enseñado mi madre, que sólo tenía un año de escuela. Mi padre era analfabeto -como decía él, no sabía hacer la O ni con un vaso-, pero fue uno de los tipos más inteligentes que conocí en mi vida. Tocaba de oído cualquier instrumento y conseguía libros que mi madre le leía de noche«.
Quería ser famoso
A los 13 años se fue de casa a pie. «No me fui como un desperdiciado sino después de grandes diálogos con mi padre, de explicarle que Carmelo me quedaba chico y que quería ser alguien. Le dije que quería ser famoso«.
Lo único que tenía claro era que se dirigiría al norte. «Era el norte físico pero yo buscaba mi otro yo, algo que presentía«. Sin embargo, «cosa rara: después encontré mi norte en el sur«.
Conoció, «de chacra en chacra, de estancia en estancia«, Salto, Concordia, Entre Ríos, Corrientes, Misiones -«llegué a conocer a Roa Bastos en el mismo lugar donde escribió Las aguas bajan turbias»-, Paraguay y Paraná en Brasil, desde donde emprendió el retorno. Habían pasado más de dos años.
Colorado como su padre, aunque “pasar del colorado al rojo no cuesta nada«, en 1949 conoció al comunista coloniense Plácido Alcaire. Juntos organizaron una multitudinaria marcha de areneros a Montevideo reclamando por el cierre de las canteras en Colonia. Un decreto del presidente argentino Juan Domingo Perón cesando las importaciones de arena y piedra había provocado el fin de la extracción. «Creo que fue un gesto de arrogancia pero le resultó de un nacionalismo formidable. ¡Y nosotros muriéndonos de hambre con las mejores arenas y piedras del mundo!«.
A los 18 años percibió que «ya no había futuro en el campo y no tenía más remedio que clavar la guampa en la ciudad. Para un carmelitano irse a Buenos Aires era una pavada. Venirse a Montevideo era una hazaña«. Llegó el 22 de enero de 1950 y al día siguiente entró, «sin documento, al servicio de estiba del Banco República«.
Nadando con Tarzán
En Carmelo el río siempre tuvo una magia especial. «No había radio ni televisión y nadar era lo normal”. A los 5 años Báez cruzó por primera vez la «vuelta honda» hasta la isla doña Julia. «No era una hazaña; fui el último estúpido que lo logró«. Sólo así pudo zafar de la categoría de «marica» a que lo condenaban los otros niños del río. Nunca más consiguió parar de nadar.
Recién llegado a la estiba, supo por un diario que el actor Johnny Weissmuller, célebre por sus películas de Tarzán y Jim de la Selva, llegaría a Rosario de Santa Fe para dar clases de natación. «Mi intención era simplemente verlo«.
Llamó a su amigo Quito en Carmelo, «que era más nadador que yo«, y juntos viajaron a Buenos Aires en el hidroavión que por aquellos años operaba en el puerto de Montevideo. De allí tomaron un tren hasta Rosario. Era un club privado y «no nos dejaron llegar ni a la puerta; nos trataron como lo que éramos«. Junto a otros jóvenes nadadores -un rosarino, un correntino y otro uruguayo-, acamparon a tres kilómetros al norte por el río Paraná. «Nadar tres o cuatro kilómetros para nosotros era una pavada«. Así incursionaron varios días, “acercándonos cada vez más”, hasta el sector de la costa donde se emplazaba el club.
Un día vieron que “el gringo se tira al río y nos sale al cruce«. «Qué viene a hacer este viejo ‘e mierda con nosotros«, pensaron, «ya entramos a reírnos de Tarzán”. Báez los hizo entrar en razón al mismo tiempo que Weissmuller les hacía señas para que se acercaran. «Nos palmeó con una sonrisa grandota y nos habló en tres idiomas diferentes, pero no entendimos nada”. Ya en el puerto, y a través de un traductor, el actor les preguntó de qué escuela de natación provenían. «Nosotros no sabíamos lo que era croll, pecho ni mariposa; sólo sabíamos toparnos con el río y vencerlo. Ese era el desafío«. Comenzaron a ir todos los días. “Yo era el que hablaba más -por reo no por culto-, tenía más roce social«. La relación duró casi un mes y nunca más tuvieron contacto. «Ni él ni nosotros dimos la dirección y todo quedó en aquella cosa mágica de conocer a un hombre extraordinario«.
Weissmuller bebía whisky «como si tomara agua o leche, pero no puedo decir que lo vi ebrio. Evidentemente el loco estaba en pedo, pero no lucía borracho, era un hombre que necesitaba tomar«.
La rosa verde de Stalin
En l959 el Banco República dejó de administrar la producción nacional de trigo y el carmelitano pasó a desempeñarse como limpiador. «Llegué a changar de portero pero nunca tuve el grado. No pasé de limpia-excusado«.
En 1973 se jubiló por razones de salud. Los médicos le pronosticaron cuatro años de vida. “Estaba herido de muerte. En la estiba, para combatir el gorgojo se usaban nubes de gamexane. La mitad de mis compañeros murieron y yo sobreviví porque tuve la suerte de ir tres veces a la Unión Soviética.”
En su segundo viaje conoció la casa paterna de Stalin en Georgia y recogió una rosa verde que luego plantó en su casa. «Nunca dejó de florecer«.
El único rotario pobre
Báez tiene un hijo de 45 años viviendo en Río Grande del Sur y una hija de 33. Con su primera esposa coloniense «queríamos pedir la separación, de común acuerdo pero el abogado nos dijo que lo hiciéramos por riñas y disputas. Tuvimos que andar jodiendo a los amigos para que testimoniaran que nos peleábamos, siendo que nunca discutimos«.
Su segunda esposa, Nélida Martínez, era de Rivera. «Nunca me enteré por qué pidió el divorcio. Si algún día me lo quiere aclarar, le digo: no me interesa. Ya fue«.
Se considera «el único rotario pobre» y tiene un Dios particular: «El Dios del monte, un hombrecito de 40 o 60 centímetros con una cara muy tierna como de niño. Hace un rato estuvo aquí«.
Continúa nadando -el río golpea las rocas a 100 metros de su casa- pero hace diez años sufrió un accidente en Tres Coroas, en la costa brasileña. «Entré a darme un bañito y cuando quise acordar el agua me arrastró. Salí hecho pedazos. Ahora me cuesta meterme en el agua y cuando nado lo hago en la orillita.”