Roy Vitalis, un preso que cursa Ingeniería: «El estudio me abrió la cabeza»

Roy Vitalis, un preso que cursa Ingeniería: «El estudio me abrió la cabeza»

29/03/2019 29/03/2019

Otras veces, como en 2001 cuando salió de la cárcel con 22 años y retornó por un delito mayor, Roy Vitalis creyó ver una luz en el fondo del túnel que resultó ser un tren a contramano. Ahora es distinto: Desde hace algunos años descubrió que le gusta estudiar, completó la Secundaria y actualmente cursa el segundo semestre en la Facultad de Ingeniería.


Vitalis tiene 35 años. Cada mañana de lunes a viernes sale en bicicleta desde el penal de Punta de Rieles y retorna por la nochecita tras recorrer más de 30 kilómetros de ida y vuelta. A veces, para evitar el tránsito nocturno de los viernes viaja en ómnibus y deja su vehículo en el bicicletario de la Facultad de Ingeniería.

Nació en Colonia del Sacramento. Su madre, Diana Bolatti, nació en Rosario, y su padre, que falleció hace pocos años, en Ombúes de Lavalle. Le quedan tres hermanos; uno menor que él murió en un enfrentamiento con la policía. De su padre heredó «el sentido del humor ante situaciones complicadas y el buen relacionamiento con la gente»; de su madre «la constancia por leer y estudiar», cuenta mientras comparte un café con el Portal de la Universidad en el Instituto de Matemática.

«Mi viejo tuvo un almacén en el Real de San Carlos, y luego se afincaron en una casa del barrio histórico donde pusieron una heladería y confitería. Incluso tienen fotos de visitas de (Raúl) Alfonsín, (Julio María) Sanguinetti. Se dedicaron al turismo y fueron los primeros guías en aquella época. Además organizaron una red de tejedoras para proveer de pulóveres a los turistas argentinos. Estaban económicamente bien». Recuerda que de niño le gustaba ese ambiente, «las historias de españoles y portugueses, los trajes de época, las vacaciones en Carmelo», y que fue a la escuela Nº 1. «Me iba muy bien, pasé todos los años con buenas notas, y a fin de año mi viejo alquilaba un par de ómnibus y nos íbamos a Colonia Suiza, o Juan Lacaze u otras ciudades».

Pocos años después del retorno a la democracia la familia fue informada de una circunstancia histórica que cambiaría su vida: en la casa que ocupaban había estado preso Artigas, y debían desalojarla para la creación de un museo. Se vinieron a Montevideo cuando Roy tenía diez años. «Mi viejo tenía unos problemitas al corazón y hubo que arrancar de nuevo. Vivíamos en la casa de unos tíos, y me inscribieron en la Escuela Sanguinetti. Mis primos eran más grandes, salían a la calle y vendían llaveros, cositas. Yo veía que las cosas andaban medias mal, el trato con la gente, la calle».

Vitalis llegó a cursar el ciclo básico de secundaria pero el desarraigo, la calle y el contacto con jóvenes delincuentes lo llevaron a la cárcel por primera vez en 1999 cuando tenía 19 años. Salió pocos años después pero volvió a delinquir y desde entonces conoció el penal de Libertad, el Comcar, la Tablada, cárcel central, las cárceles de Maldonado y Minas, y actualmente Punta de Rieles.

Cuando leer se convierte en respirar

Los códigos carcelarios son «muy complejos, más de lo que uno se imagina», y aun encerrado Vitalis continuó siendo una mosca en la sopa del sistema. Padeció períodos de aislamiento en celdas de seguridad, aunque asegura que los problemas que tuvo «fueron todos como quien dice “de costado”, porque una mirada, una palabra, un gesto mal hecho, pesan. Se ha visto matar gente en un patio por un cigarro, una hojilla o un partido de fútbol, cosas que superan la ficción».

Un día descubrió que la lectura le hacía bien. «Empezar a leer, empezar a querer entender. Leer se convierte como en respirar. Los libros me tiraron la cuerda para vivir. De repente estabas mal, tirado en el último pozo y vos decís “bueno: tengo un libro” y el libro me hacía viajar en el tiempo o el espacio y te ibas lejos. Me ayudan hasta hoy». Una cárcel no es una biblioteca -«me costaba mucho leer por el ruido de la música, los gritos, la televisión»-, de modo que «tuve que buscar mis tiempos».

También quiso estudiar y se inscribió en un programa del Instituto Nacional de Rehabilitación que a partir de 2008 le permitió completar el segundo ciclo de secundaria. «Iba a todas las materias, tuve buena relación con los profesores y a todos pedí recomendaciones de lecturas. Los propios textos curriculares ya me resultaron impresionantes, y empezás a cambiar conceptos que estaban equivocados. Te vas metiendo más y más y después ya no podés parar: lo nuevo que quiero leer tiene que ser más interesante que lo que ya leí».

Durante su estadía en Cárcel Central se integró a la comisión de biblioteca. «Armamos una biblioteca con 400 libros y enseñamos a leer a mucha gente. No es que la gente no supiera leer, sabía, pero no tenía gusto por la lectura. A los más jóvenes los enganchaba con revistas de Paturuzú y Condorito, teníamos un estante lleno, y después les ofrecía algo más trabajado». En este período Vitalis se enamoró de Ivana, su profesora de física, quien además de musa inspiradora hoy actúa como su tutora legal.

Luego que terminó el bachillerato pensó que podría seguir estudiando Derecho, y no fue por inspiración de su madre que a los 30 años resolvió estudiar y se recibió de procuradora. «Arranqué por el lado del Derecho porque todos los presos piensan que están mal defendidos. Lo hice para ayudarme a mí mismo y después empecé a verlo como una ayuda a los demás. Empezás a escuchar historias como telenovelas de tribunales. Venía uno y me decía: “me pasó esto, el juez me procesó por tal cosa”. Entonces uno empieza a analizar –tal delito, tal juzgado, sabés cuánto van a estar-, y te hacés una especie de base de datos. Le pedí a mi madre si me podía traer el Código Penal, el Código del Proceso y le sugerí a algunos presos que pidieran a sus abogados copias de sus escritos. En eso me basé para ayudar a muchos a pedir salidas transitorias para las fiestas». Además, «me ha tocado estar con abogados procesados y les pedí referencias para leer a los mejores juristas».

Cuando estaba a punto de inscribirse en Derecho le dijeron que por su condición de procesado la Suprema Corte no habilitaría su título. «Después que terminé sexto de liceo me extrañó que no existan convenios con la Universidad para seguir estudiando alguna carrera. Empecé a investigar y me conecté con gente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de su Centro Universitario Devoto. Inclusive mi compañera viajó para allá y nos ofrecieron asesoramiento en la parte de estatutos. Sería muy bueno implementar un centro universitario de ese tipo con la Udelar». Entonces pensó en estudiar Psicología y le escribió una carta al decano Luis Leopold. «Desde el día que caés preso tenés que aprender a interpretar lo que quiere el guardia, lo que quiere tu compañero, lo que querés vos, lo que quiere tu familia, lo que quiere la sociedad. Ahí te hacés un psicólogo a la carrera. Lo tenés que hacer sí o sí. Empezás a tener una especie de sexto sentido para el peligro y las situaciones complicadas».

Lo que estoy haciendo me hace bien

Un día que miraba televisión escuchó al ex decano Héctor Cancela decir que la ingeniería está por detrás de todo lo que conocemos. «Más que el tono me convenció el mensaje», recuerda. Se inscribió en 2011, pero debió aguardar casi cuatro años. «El sistema judicial es muy complejo». Cuando empezó a acumular libros voluminosos en su celda, algunos presidiarios pensaron en la caída, una figura de la jerga carcelaria que define al que quiere hacerse pasar por loco. «Si la estoy haciendo, la estoy haciendo muy bien, ¡sabés lo que pesan estos libros en la mochila!», bromeó Vitalis.

La primera semana de clases salió «mareado: No es lo mismo tener 18 años que 30. Imaginate que yo salía después de estar casi diez años. Los primeros tiempos Ivana me iba a buscar y viajábamos en ómnibus. Estuve como 15 días para poder entender el uso de la tarjeta de transporte metropolitano. El panóptico me seguía y sentía que me vigilaban». El panóptico es el tipo de arquitectura carcelaria ideada hacia fines del siglo XVIII que permite al guardián, guarnecido en una torre central, observar a todos los prisioneros sin que estos puedan saber si son observados.

A Vitalis siempre le gustaron las matemáticas, «y me fue bien. Claro que en la facultad es más complejo, pero el comercio, la venta, la calle, siempre te obligan a estar despierto con los números. Estás ocho horas haciendo cuentas». En el semestre pasado aprobó álgebra I, física -«pasé como diez puntos lo que te pedían para aprobar»-, y el curso de apoyo Física ++. La nota le importa, pero le interesa más «lo que me vaya a quedar en la cabeza. Veo a gurises de 18 preocupados con salvar y a veces digo: “pah, si supieras los años que yo perdí”. Por responsabilidad mía, lo asumo. De repente yo viví cosas que ellos no van a vivir nunca, aprendí cosas que ellos no van a aprender nunca. Si se pudiera volver atrás, uno repensaría bastante».

La verdad es que no se puede volver atrás. «Ahora no. Vamos a aprovechar lo bueno, vamos a mirar para adelante. Desde lo más adverso uno trata de resolver qué quiero, cómo miro esto. El problema está. ¿Qué hago con ese problema? ¿Me pongo a llorar, me achucho contra un rincón, o le doy pa’ adelante? Salgo adelante, vamo arriba, vamos a buscarle la vuelta. No vas a vivir siempre un optimismo al máximo, hay que ser coherente y realista. La verdad es que el estudio me abrió la cabeza». El otro día alguien que lleva preso como 17 años le contó que estaba cursando tercero de liceo. «Cuando me dicen eso surge otra relación, porque puedo ofrecerles ayuda con física o matemáticas. Este además estaba escribiendo una obra de teatro, algo que también me interesó siempre. Ahora cuando me ven hablamos de estudio, de cómo hacer que llegue a más personas».

Hay una luz mayor alumbrando el túnel de Vitalis. En 2001 cuando salió de la cárcel por poco tiempo, conoció a la madre de su hijo que hoy tiene nueve años. «Le hice conocer algunos sectores de la Facultad de Ingeniería, la biblioteca, y le dije que cuando crezca tendrá todos esos libros para leer. Se ríe y me dice “¡Todos estos libros!” A veces lo llamo por teléfono y me reta: “¿Por qué no estás en clase?” Pará: el padre soy yo. Soy yo el que tengo que controlar tu carné». También se ha sentido apoyado por la fe religiosa. «He sabido cuestionar las distintas doctrinas, pero la lectura de la Biblia me ha ayudado mucho. Cuanto más avanzás en el conocimiento de la ciencia descubrís que no es incompatible con la fe. Los científicos en general no creen, pero yo lo veo al revés: para mí, cuanto más complejo mejor».

Ahora se trata de «agachar la cabeza y darle. Lo que estoy haciendo me gusta, me hace bien». Una de las conversaciones más frecuentes entre los presos es sobre el tiempo que resta para cumplir la pena. «El preso saca unas 840 cuentas por día. A mí no me gusta. Uno puede estar diez años y no aprender nada, de repente hay gente que no tiene ganas o las herramientas para decir: “quiero cambiar”. Ahora tengo un brazo atado pero el otro me permite escribir». Cuando llegue ese momento «va a estar muy bueno, pero no puedo olvidarme que va a quedar gente en la lucha, que quiere salir adelante».

Luis Udaquiola

Entrevista publicada originalmente el 25 de mayo de 2015 en el portal institucional de la Universidad de la República.