El país de la cola de paja descubre el rabo de amianto

El país de la cola de paja descubre el rabo de amianto

14/09/2018 14/09/2018

(Entrevista publicada originalmente en 2006 en la revista RumbosUR). Casi 50 años después de la publicación de El país de la cola de paja –la revelación de “la crisis moral más grave de nuestra breve historia como nación”-, Mario Benedetti ha recobrado la esperanza y ya no está inquieto con el comportamiento de las uruguayas y los uruguayos. Ahora su inquietud proviene de afuera y se centra en la desconfianza a los Estados Unidos.

Luis Udaquiola

El sábado pasado Montevideo amaneció con lluvia: malo para la bronquitis de Mario Benedetti que tiene 85 años y sin embargo suena claro cuando instruye por el portero eléctrico: “Tome el ascensor de la izquierda y marque el siete”. El apartamento luce confortable y ordenado, sobre todo los libros que uno ve –otros adivina-, por todas partes. En la pequeña mesa que sirve para apoyar el grabador hay un teléfono celular y un ejemplar muy cuidado de “El país de la cola de paja”. Él luce espléndido, a pesar de que tose de vez en cuando, se queja por su memoria, y aun no se repone por la muerte de su esposa, Luz López, hace ocho semanas. “Estuvimos juntos 60 años, pero nos conocíamos desde niños”.

Los primeros síntomas de Alzheimer –“una enfermedad muy jodida”-, aparecieron hace tres años en Madrid y resolvieron volver a Uruguay. “Siempre recuerdo que en mitad del vuelo me dijo que quería bajarse del avión porque el viaje era muy aburrido. Entonces llamé a una azafata, le dio una pastilla y se durmió”. Luz López falleció el 13 de abril.

Desde 1973 atravesaron juntos 12 años de exilio: Argentina, Perú, Cuba y España. En Argentina –donde Benedetti tiene el mayor número de lectores-, fue incluido por López Rega en una lista de 18 indeseables que debían abandonar el país. “Yo era el único extranjero y si no salíamos en 48 horas nos mataban”. A partir de 1985 y hasta la enfermedad de su esposa, alternaron residencia entre Madrid y Montevideo.

Ahora tiene dos nuevos libros prontos: Uno de poemas -“Canciones del que no canta”-, que saldrá en julio en Buenos Aires y luego en España, y otro de prosas breves –“Vivir adrede”-, que publicará más tarde. “También está pronto, pero le voy haciendo revisiones”.

Además continúa trabajando ‘haikus, el género poético japonés que descubrió a través de Julio Cortázar y estrenó en 1999 con ‘Rincón de haikus’. “Son sólo tres versos: uno de cinco sílabas, uno de siete y uno de cinco. Es muy difícil. Empecé a escribir casi como un juego y después me di cuenta que la cosa podía marchar”. Los únicos latinoamericanos que han publicado ‘haikus’ con el rigor original son él y Jorge Luis Borges. 

En 1959 Benedetti publicó ‘El país de la cola de paja’, su primera reflexión sobre el Uruguay oficial que le rindió “bastantes problemas, porque me dieron como en bolsa”.

“El Uruguay es un país de oficinistas. No importa que haya también algunos mozos de café, algunos peones de estancia, algunos changadores del puerto, algunos tímidos contrabandistas. Lo que verdaderamente importa es el estilo mental del uruguayo, y ese estilo es de oficinista”.

Eso cambió como ha cambiado el Uruguay. Creo que después de 170 años de gobiernos de derecha, el hecho de que haya surgido un gobierno de izquierda –con problemas internos y todo lo que quieran-, fue un cambio. El hecho de que dentro del Frente haya distintas posiciones es un síntoma de que la gente piensa por sí misma. Y no como antes que los blancos y los colorados eran una cosa monolítica.

“Es frecuente observar este cruce de insatisfacciones: el empleado opina que el obrero está mejor (gana un jornal más alto, no tiene por qué ser esclavo de su atuendo), pero, no obstante ello, no cambiaría su libro de Caja por el balde de mezcla”.

Había una distancia entre el empleado público –que era la gran mayoría-, y el obrero. Esa distancia se acortó pero como son estilos de vida distintos todavía hay diferencias.

“El hombre común ya sabe leer. Qué suerte. Pero lee sólo diarios. Qué lástima. Porque la prensa, tal como es administrada (más que dirigida) en nuestro país, es algo así como el monumento nacional a la cola de paja. Esta tendenciosa costumbre (las deformaciones informativas) atraviesa las páginas de casi todos nuestros diarios, desde El País hasta El Popular, pero sería injusto achacarla a maniobras especialmente representativas de la derecha o de la izquierda; más bien debe reputarse juego sucio”.

Eso no ha cambiado mucho. Cada diario tenía detrás o una gran empresa, o una influencia de los norteamericanos. No había diarios independientes que se pronunciaran por sí mismos. Siempre tenían algo detrás que era lo que los empujaba y los financiaba.

La influencia de la televisión es posterior a su libro. ¿Qué piensa sobre ella? 

La oferta es muy amplia. Hay programas buenos de los canales oficiales; a veces en los canales de cable también aparecen cosas buenas; hay un canal que no recuerdo que pasa los programas que hace Viglietti que están muy bien. No puedo decir que toda la televisión es mala y no sirve. Hay cosas malas y cosas buenas.

“Para el Estado la cultura es como una inconmovible opositora, que no sólo es exigente y suele tener escrúpulos, sino que además representa pocos votos. De ahí que, con excepción de esas menciones elegantes en los discursos pre electorales, el Estado (por intermedio de sus vicarios en el poder) se vengue lenta e implacablemente de ese estorbo ilustrado”.

La cultura siempre es incómoda hasta en los Estados Unidos. Es más independiente y la independencia molesta. Aunque a veces el intelectual es afiliado a un partido, no siempre sus enunciados son fieles a su partido. Yo lo sé por mí mismo.

“El escritor uruguayo es un resignado. Se ha acostumbrado a carecer de lectores, es decir, a actuar siempre con la sala vacía o con la asistencia de unos pocos amigos (…) a quienes también tendrá que aplaudir ruidosa y desoladamente, cuando a su vez ellos representen su papel”.

Mis primeros siete libros los pagué yo con operaciones en el Banco República porque no conseguía editor. Y gracias a que había una imprenta de un muchacho Carreras que fue compañero mío en el Liceo Miranda y me los imprimía muy barato. El primero –un libro malo llamado ‘La víspera indeleble’-, no vendió ningún ejemplar. No lo recuerdo bien, pero creo que el primer libro para el que conseguí editor fue “Montevideanos”. Esto no ha cambiado mucho. Han surgido algunas pequeñas editoras como la de Beto Oreggionni, que murió, y publicó dos o tres libros míos, y otras que ahora no recuerdo.

“Sería estúpido no confesar algo que es de dominio público: para que un certificado sea expedido a tiempo, o un libro rubricado sin demora, o para que no haya problemas de último momento en ocasión de una boda, un divorcio, o un entierro, o para que la muerte no le gane de mano a la jubilación, es necesario a veces auspiciar el celo funcional con la atención constante y sonante”.

No sé si la coima se terminó. Pero creo que ha disminuido mucho. Creo que aparte de las discrepancias políticas o ideológicas que tiene este gobierno, la diferencia con los gobiernos anteriores es que Tabaré se ha apoyado en gente honesta. Nadie ha salido a decir: ‘Este tipo aceptó coimas’, y ¡cómo quisieran acusarlos!

“En vez de ser una garantía de libertad, una plataforma de justicia, una defensa de derechos humanos, la democracia uruguaya se ha convertido en un refugio de venales, de arribistas, de hipócritas. La democracia en el Uruguay, más que una tersa, pulida superficie, es una cáscara, nada más que una cáscara”.

(Tras la dictadura) creo que ha perdido la cáscara. Ahora con defectos y con sus problemas, es una democracia. Todas las democracias tienen problemas y sino fíjese en las europeas y hasta en los Estados Unidos. ¡Mire en Francia la rebelión de los estudiantes!

“Cualquiera sea el tema de su nota, el articulista de Marcha siempre mira el problema desde arriba, es decir, sin mezclarse en él, sin participar ni sentirse mayormente complicado. Esa actitud tiene sus ventajas, pero también incluye una falta de pasión que acaba por amortiguar esas mismas virtudes (…) Así como nadie puede ser a la vez apasionado e impertérrito, tampoco es dable ser contemporáneamente burgués y proletario”.

Yo integraba Marcha así que la crítica me incluía. A Quijano le molestó pero existían cosas con las que yo no estaba de acuerdo y era una forma de mostrar mi independencia. Estuvimos medio distanciados y luego nos arreglamos, pero los mejores tiempos de amistad –de conversar y almorzar juntos-, fueron en el exilio. En México colaboré con los Cuadernos de Marcha que él editaba y ahí realmente consolidamos una buena amistad. También hay que ver, el pobre Quijano ¡las cosas que sufrió! Yo me acuerdo que estando en Buenos Aires, un día se me aparece en el café que yo frecuentaba. ¿Qué está haciendo doctor por acá? ‘Me tuve que ir a escondidas’. Se había ido en un ómnibus creo que hasta Salto y allí cruzó el puente a pie y se tomó otro ómnibus hasta Buenos Aires. Y sin valijas para no llamar la atención. El problema es que sin equipaje no lo aceptaban en los hoteles. Fue a ver a Michelini y él le consiguió un hotel. ¡Me daba una lástima que aquél hombre viviera esa situación!

“En época del suicidio de Brum, yo tenía sólo 12 años y quedé deslumbrado frente a los pormenores del suceso. Entre otras cosas, ese hecho insólito vino a provocar mi temprana ruptura con la Iglesia, después de una ardua polémica de casi una hora con un cura confesor que se propuso denigrar a Brum”.

La separación de la Iglesia y el Estado fue una cosa muy buena del viejo Batlle. Nunca terminaré de agradecerle. Le dio un color especial al país. Luego sus herederos no siempre fueron tan íntegros como él, inclusive los que llevaban su mismo apellido. Yo tenía ocho años cuando Batlle murió. Mi padre era un batllista tremendo y lo sintió como si se le hubiera muerto otro padre. Yo lo acompañé al entierro –había como medio Uruguay en la calle-, y hasta la muerte de Seregni nunca otro se le aproximó en tamaño.

“Cuando por azar (los uruguayos) nos encontramos fuera del país, y empezamos a remover el sedimento de lo uruguayo esencial, llegamos fácilmente a la conclusión de que somos criticones, guarangos y desprovistos de pasión”.

Pienso que ha cambiado un poco, empezando por el fútbol. A partir de los títulos olímpicos de Uruguay el fútbol le dio entidad en el extranjero y generó pasiones. También, aunque un color menor, la propia cultura, porque ha habido buenos escritores. Como Onetti, un tipo muy reconocido en Europa, en todas partes. Un escritor triste, pero … (risas) Yo lo conocí bastante. Un poco aquí, pero sobre todo cuando estábamos los dos exiliados en España. Vivía a pocas cuadras de donde vivía yo y no salía de la cama. Juan ¡levantate! ‘¿Pero para qué? En la cama uno nace, fornica, escribe, lee, muere. Todo lo podés hacer en la cama’. ¡Tenía cada salida! A él le quedaban sólo dos dientes y una vez vino un periodista, creo que argentino. A medida que le hacía las preguntas el periodista estaba hipnotizado con aquellos dientes y al final Onetti le dice: ‘Veo que le llaman la atención estos dos dientes: yo tenía una dentadura completa, pero se la regalé a Vargas Llosa!’

“La verdad es que el Uruguay hace tiempo que vive de espaldas a América. La verdad es que al Uruguay parece no interesarle la suerte de esos hermanos continentales a los que nuestros especialistas en democracia consagran tantos ditirambos de ocasión”.

Vivíamos mirando hacia Europa, pero eso ha cambiado completamente a partir de la revolución cubana que tuvo mucha influencia sobre todo entre los intelectuales y los obreros. Si un país pequeño como Cuba, a 90 kilómetros de Estados Unidos, podía resistir la tremenda fuerza militar e ideológica del imperio, todo era posible. Yo estuve en Cuba y viví muy de cerca esa revolución sin perder de vista los defectos. Cuando me vine, la directora de Casa de las Américas, Haydé Santamaría, me mandó un mensaje diciendo: ¡lo echamos de menos (se emociona), pero lo que más extrañamos son las críticas que nos hacía’.

¿Y el Mercosur?

Estamos entre dos gigantes y es muy difícil convivir con ellos, y vivir entre ellos. Esto de las papeleras es un tremendo relajo. Vamos a ver qué pasa en La Haya. Los argentinos tienen miedo que el fallo les salga desfavorable.

En mayo de 1963 usted escribió una ‘posdata’ a la edición de 1959. ¿Cuál sería la de 2006?

Yo decía antes que el pesimista es un optimista bien informado, pero hoy tengo esperanzas que no tenía en esa época. Los problemas que veo ahora no tienen tanto que ver con lo que pasa en nuestro país sino con lo que viene de afuera. En aquella época había dos grandes potencias enfrentadas –Estados Unidos y la Unión Soviética-, estaban ocupadas con su propio conflicto, pero una vez que cae la Unión Soviética y queda sólo Estados Unidos frente al mundo, eso ha sido terrible.

Primera acción militante

“Fue durante un clásico entre Nacional y Peñarol. Me dieron una cantidad de folletos con numerosas firmas de adhesión entre las que se encontraba la mía, y me pidieron que en el entretiempo los arrojara desde lo alto de la tribuna Olímpica. Los papeles llegaron a mi asiento después que yo, y el señor que estaba sentado al lado tomó uno y lo leyó. Y le dice a otro: ‘¡Cómo mienten estos de izquierda! Yo conozco a Mario Benedetti y él me dijo que no firmó esto’. Entonces yo le toqué el hombro: El que firma aquí soy yo, no el que usted conoce (un químico del mismo nombre), y para que vea que no le miento aquí tiene mi carné de Nacional. Y el tipo dice: ’60 mil personas ¡y me viene a pasar a mí!”

Dos momentos deportivos

“Cuando la Copa del Mundo de 1930 y la inauguración del Estadio Centenario, mi padre había sacado entradas, pero no pudimos ingresar por la cantidad de gente que había. Fue horrible. No había televisión, así que tuvimos que ir a un café a escucharlo por radio.

Otra vez que Uruguay jugó en un torneo olímpico, creo que en Roma, mi padre me llevó a la Plaza Libertad donde estaba el diario ‘Imparcial’ que informaba las instancias del partido en un pizarrón. Escribían: ‘Uruguay cede corner’, y todos esperábamos la siguiente inscripción con el resultado del corner. ‘El arquero despejó’, y así íbamos siguiendo el partido. Recuerdo que llovía a cántaros y la plaza era un techo de paraguas. Ese día ganamos tres a dos”.

Robo en Madrid

“Hace unos años volvía de compras y encontré a tres muchachos vestidos deportivamente, muy bien, en el hall del edificio. Uno se metió en el ascensor y me agarró la cartera. Entonces yo, en vez de someterme como todos los amigos me aconsejaban, le di un piñazo en la cara y le empezó a sangrar la nariz. El tipo consiguió abrir la puerta y se fue con la nariz sangrando y mi cartera. Cuando llegué al apartamento Luz me dijo: ¡Qué te pasa que estás verde! En aquella época yo sufría de asma y el robo me había provocado un sofoco”.